Capítulo 34

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Aquella mañana, Olivia como siempre preparó la tienda con calma y plenitud, con suave música de fondo para relajar el ambiente

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Aquella mañana, Olivia como siempre preparó la tienda con calma y plenitud, con suave música de fondo para relajar el ambiente. Aspiró como siempre el agradable y dulce aroma de las frutas e incluso brindó amor con suaves caricias y tratos a cada uno de los alimentos vegetales y frutales.

Saludó efusiva a los vecinos y como todos los días, con el marcado y divertido acento inglés, atendió con amabilidad a cada uno de los clientes e incluso jugó con los niños que solían ir a saludarla.

Todo iba con calma, con una suma brillantez que le daba una chispa de vida en el interior, le devolvía poco a poco la vida que había perdido. Le agradó que aquellas personas le quisieran y respetaran, que aunque tenían sospechas sobre quien era verdaderamente, continuaran con ese habitual sentido amable del humor.

Cerca del mediodía y la una de la tarde había una gran conglomeración de gente al punto en que Adriana tenía que ayudarla con el trabajo, quedándose a pesar de que ese no fuera su turno. Atendió lo mejor que pudo a cada una de las personas y de igual forma, vigiló que nadie quisiera salirse con la suya; en una ocasión un par de chicos habían robado de la cesta de fresas y moras, lo cual tuvieron que descontar de su paga.

—Adriana, ¿podrías ver que el hombre de allí no quiera tomar algo... ya sabes... sin pagar? —Pidió, a lo que la latina asintió y vigiló cuidadosa de cerca, aunque le intimidaba un poco la figura masculina que miraba las fresas con interés.

Le sacaba aproximadamente cuarenta centímetros de altura. Ella era sumamente bajita y aquello la perturbaba, contando que tenía un tono muscular bastante grande, era más que fornido y la barba castaña clara le daba un aspecto masculino e intimidante que le puso de nervios. ¿Qué haría si lo veía robar y de pronto quisiera golpearla? Era solo fruta, pero cada una cuenta.

Notó como el hombre miraba de vez en cuando en dirección a la mesita que usaban como caja registradora. Frunció el ceño y disimulada también siguió su mirada, viendo que en realidad a quien observaba era a Victoria, o a Olivia, como sea que se llamara le daba igual, pero la veía a ella.

Observó como él suspiraba y con los hombros caídos salía del establecimiento, escondiéndose en su chamarra y la gorra para invierno a pesar de que estaban a altos grados de temperatura. ¿No tenía calor acaso?

Al cabo de un rato, las personas dejaron de llegar y el recurrente número de personas volvía a ser bastante tranquilo. La extranjera tomó un par de mandarinas desde una de las cestas y tras acomodarse tras la mesita al fondo del lugar junto a Adriana, se dedicó a su merienda, quitándole con paciencia la cascara y cortando los gajos con cuidado de no romperlos y dejar la pulpa desparramada por todos lados.

—Ahora comprendo más esa forma tan particular que tienes de comer —comentó de pronto Adriana, metiéndose un par de gajitos a la boca. Frunció el ceño, masticando, esperando a que ella continuara —eres una princesa, por eso comes con tanto recato —dijo, apuntando esa especial forma en que acomodaba y masticaba todo en una servilleta.

Desastre RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora