Capítulo 35

1.2K 80 37
                                    

Nunca le había torturado tanto verla quieta

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


Nunca le había torturado tanto verla quieta. Adoraba verla en ese estado, nerviosa y ansiosa, sin embargo, en aquel instante, le preocupó que fuese una mala señal, sobre todo cuando se envolvieron sus puños, tan fuerte que creyó que podría hacerse daño.

Cuando por fin detectó movimiento de su parte, le torturó la lentitud con la que lo hizo, tan despacito, tan lento, nunca creyó que con cortos pasos se podría lastimar a una persona así como ella lo estaba haciendo.

Al ver sus ojos, la gravedad le fue en contra y tiró con fuerza la mochila que colgaba de su hombro. Quería acercarse, tomarle las mejillas y ver que ella era real, que no estaba alucinando, que el viaje no lo había vuelto loco.

Detalló su figura de pies a cabeza. Seguía siendo igual de pequeña, delgada y con una escultural figura. El único detalle era su piel, que se había tornado más bronceada, así como los ojos, que estaban con una fina capa oscura debajo debido a la falta de sueño, incluso notó un nuevo tatuaje en el dorso de su mano en forma de león y el cabello castaño, que estaba más largo que antes.

Por su parte, ella estaba haciendo lo mismo. Estaba irreconocible, con la espesa barba cubriéndole el rostro y las intensas ojeras dibujadas en su rostro. Apostaba a que no había dormido desde hace días. Lo que si le sorprendió, fue verlo más ancho, más musculoso. Tenía la espalda, hombros y brazos más anchos, así como piernas más fuertes y tonificadas y aseguraba a que bajo la playera gris, se ocultaba un fuerte y marcado abdomen.

Apretó los parpados con fuerza, imaginando que era mentira, que él no estaba allí, ¿Cómo era posible que él estuviese allí?

Con pasos largos, pero tímidos, William acortó la distancia hasta estar a solo una corta distancia, tan cercano, que la nariz de Olivia podía rozar contra su pecho. La mujer se contuvo para no aspirar su aroma y lanzarse a sus brazos. Aún estaba enfadada con lo ocurrido.

—Olivia —volvió a pronunciar, con una sonrisa, con las lágrimas cubriendo sus orbes azules. Sujetó sus mejillas y apegó su frente a la suya, respirando agitado, desesperado, con una sonrisa bobalicona entre los labios, con una mezcla de sentimientos respondiendo y mezclándose en su centro. Ella estaba allí, era real.

Pero ¿ella era acaso la Olivia que recordaba? ¿Esa mujer que tenía enfrente lo era? Estaba tiesa, inmóvil, con la mirada fija en el suelo y los labios finamente apretados, de tal modo, que prefirió romper el toque que había puesto en ella y aunque ella no quería que lo hiciera, no dijo nada, solo se mantuvo allí, como esfinge.

Él retrocedió, cortos y lentos pasos, mirándola con los orbes azules llorosos, sin saber demasiado que hacer. Estaba él allí, por ella, suplicando porque hiciera algo, porque le dijera cualquier cosilla o que simplemente le dejara, pero no, estaba como estatua y comenzaba a enloquecerlo.

— ¿Puedes decirme algo? Por favor —rogó, desesperado. Solo recibió silencio y quietud.

¿Qué debía hacer para conseguir que ella dijese algo?

Desastre RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora