Capítulo 31

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Antes de que siquiera Olivia pudiese darse cuenta, su vida se desarrollaba en otro país con total plenitud y auge que parecía sorprendente para cualquier persona

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Antes de que siquiera Olivia pudiese darse cuenta, su vida se desarrollaba en otro país con total plenitud y auge que parecía sorprendente para cualquier persona.

Desconocía Perú, pero había conseguido establecerse en Cuzco, una bonita ciudad del país que soñaba visitar desde hace bastante tiempo. Trabajaba en el centro por las tardes, en una tienda de mercadería agrícola que le dejaba buenos ingresos para el departamento en el que vivía y su subsistencia. Por la noche, hacía un largo viaje con otras personas vecinas hasta un pueblito llamado Aguascalientes, cercano a los Alpes y a Machu Picchu.

Por supuesto, acostumbrarse a aquel estilo de vida fue un desafío. Había olvidado lo que era tener que trabajar y tener las manos maltratadas por su labor, así como las ojeras que bajo sus ojos se encontraban gracias a las horribles noches de somnolencia y llanto que sufría.

Una vez que había pisado tierra peruana se derrumbó con potencia. Rompió el juramento que ella misma se autoimpuso, de manera que, terminó llorando en más de una ocasión debido a lo mismo: William.

Una vez al mes hacía un largo recorrido hasta Lima, donde aunque le costaba casi un ojo de la cara hacer el viaje, conseguía hacer una llamada por cobrar hasta Londres, donde se mantenía en contacto con su mejor amiga Audrey.

En más de una ocasión había tenido dificultad para contactarse con ella. Había creado alrededor de cinco cuentas falsas en las redes sociales para poder hablar con Grey. Tuvo que comprar una baratija de móvil para que no fuese fácil encontrarla y otro más para relacionarse con ella, así mismo debía verse obligada a poseer un tercero a causa de su empleo que le obligaba a tener uno debido a los constantes trabajos que le pedían. Incluso en una ocasión, había sido mandada al campo a cortar naranjas.

Caminó por la acera viendo el claro cielo azul de la mañana. Con una sonrisa saludó a los diferentes vecinos que ya la conocían y aunque le había costado bastante aprender a hablar español, podía al fin relacionarse lo suficiente con el resto a pesar del divertido acento inglés al hablar.

Subió la cortina metálica encontrándose con el olor a putrefacción. Arrugó la nariz y se dirigió al interior, donde se hallaba la bodega con el nuevo cargamento y el armario con los productos de limpieza.

Como cada mañana, limpió los suelos y las estanterías, las cestas y cada uno de los rincones del establecimiento para dejarlo con un rico aroma dulce y floral. Después, cargó con las frutas y las colocó en sus respectivos lugares y precios.

Al poco rato ya llevaba bastante venta y como siempre, su compañera de mañana Adriana había compartido con ella un poco de café y galletas que ella misma elaboraba. Era una agradable compañía y de alguna manera, le hacía bien. Se sentía constantemente sola debido a los largos viajes, la ausencia de personas a su alrededor y el solitario departamento.

Sabía que ella no estaba sola en su totalidad, pero la falta de William le hacía mal al punto en que en ocasiones sufría ataques de ansiedad, donde la respiración se entrecortaba y caía en ocasiones desmayada. La falta de costumbre la estaba matando.

Desastre RealWhere stories live. Discover now