Capítulo 36

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Aquella noche, William Crown apenas consiguió cerrar los ojos

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Aquella noche, William Crown apenas consiguió cerrar los ojos. No podía permanecer dormido, no mientras ella estuviera a tan solo unos cuantos pasos lejos de él. Suficiente tenía con los kilómetros de por medio, ahora, con esos cortos pasitos, tenerla tan cerca pero al mismo tiempo tan lejos, le torturaron como nunca.

Se removió de un lado a otro en el sofá, que olía a ella. Todo allí tenía ese aire suyo, todo era hermoso, bello, porque era como ella, simple y clásica, enigmática y preciosa. Era como un ángel caído.

Por la mañana, cerca de las seis, gruñó y aunque había aguantado, terminó cediendo a esa necesidad humana. Debía buscar el baño.

Silencioso caminó por la sala, sin encontrar nada que le indicase el baño. Suspiró y aunque no quería ser invasivo, corrió la cortina, hallando el largo pasillo oscuro. A tropezones avanzó, cuidadoso de no patear y tirar el pedestal con la pequeña maseta o de tumbar uno de los dos cuadros que decoraban las paredes.

A su derecha, estaba una puerta cerrada, mientras que en la izquierda, estaba abierta e iluminada por la tenue luz que se filtraba por la cortina. Miró un poco, cuidadoso de no ser descubierto, aunque terminó sonriendo embelesado al ver la figura femenina recostada, con el cabello castaño enmarañado y esparciéndose por toda la almohada continua a la de ella.

Ingresó, arriesgándose a todo. Con largos y silenciosos pasos, acortó la distancia, hasta quedar delante de ella. Parecía igual de bella de siempre, angelical, dulzona, con esa expresión de paz en su rostro. Sonrió enternecido acuclillándose al borde de la cama, consiguiendo finalmente quedar a escaso espacio de la mujer, enamorado, tonto, dichoso de la más bella imagen que alguien podría apreciar.

Estiró su mano hasta la piel desnuda de su brazo. Estaba tibia, cálida, suavecita y con ese perfume que le encantaba.

Cuanto la amaba.

Besó el filo de su hombro con cuidado, de forma pausada. Se removió inquieta y de sus labios salió un pequeño gimoteo infantil, que le causó una boba sonrisa —vieja y autentica— y sin más, se dirigió de nuevo a donde se hallaba la puerta cerrada.

En el pequeño cuarto de baño, apenas había una regadera, una toilette y el lavamanos. Estaba ordenado con cuidado, causando que el gesto de su tontica sonrisilla adormilada apareciera al recordar cómo organizaba todo en su cuarto de baño cuando compartían la habitación.

Al terminar, miró su aspecto en el espejo. Arrugó la nariz, insatisfecho; debía darse una buena afeitada y descansar. Las ojeras y la desaliñada barba le daban un aspecto desaliñado, sucio y masculino, así que por lo menos, aquello, era en parte bueno.

Se encaminó a la cocina después. Al mirar en el refrigerador, sonrió al ver que poseía variedad de frutas en su interior, huevos, algunas carnes frías, otros tipos de cortes y trastes con alimento para recalentado.

Desastre RealWhere stories live. Discover now