capitulo 49

44 4 0
                                    

Era perfecta, Samantha Álvarez era la mujer más perfecta que mis ojos pudieran haber visto en la vida, la tenía recostada en una cómoda silla admirando el firmamento nocturno, el mar estaba en completa calma y la luna iluminaba la noche. El sol se había ocultado por completo hacía escasamente una hora dejándonos ante nosotros una noche de verdad hermosa. Había sido un perfecto día, aprovechando cada minuto, paseando, riendo...
Bailando incluso.
Sonreí inerte al recordar que mi pequeña transgresora había incluso demostrado incluso lo buena nadadora que es, y tengo que admitirlo, estuve demasiado tentado de hacerla mía ahí mismo, en el agua cálida del mar Caribeño... Una fantasía que en algún momento tendría que llevar a cabo, pero que no sería esta noche precisamente. No, hoy todo sería con calma. Una calma que precisamente no sentía con exactitud...
Cuantos años hacía que no me sentía tan ansioso o nervioso? Creo que jamás antes me llegue a sentir de esta manera, pero es que todo era muy diferente ahora, yo no era ningún crío de veinti pocos, como en aquella época de mi vida. No, ahora estaba a un par de meses de cumplir 34 años. Tenía una profesión ya consolidada, y quería más...
Todo lo que pudiera obtener de ella lo quería.
Samantha era esa clase de mujer que cuando la conocías de verdad te mostraba la vida con un matiz que seguramente pocos conocían. Era única, una mujer dulce, simpática, con un carisma muy peculiar, un carácter fuerte y había sido forjada por la vida, era esa clase de mujer que no se doblegan ante la vida, pese a que está se empecina en herirle. Era luchadora, y a la vez frágil, esa clase de mujer que te hace querer ser el mejor hombre del mundo, solo por el echo de que te de una sonrisa. Esa que te fuerza sin hacer nada para que beses el suelo donde ella camina solo por tener el privilegio de tenerla a tu lado. Esa que te hacía pensar en ser el mejor y no rendirte jamás, porque ella estaba a tu lado.
Idiota de hombre el que no puede reconocer a una mujer como ella, porque tarde entienden que perderla sería lo peor...
Pero maldito cobarde aquel que intenta quebrarla, porque puede causar un daño irreparable pero jamás te pertenecería. Mi pequeña había topado con seres que no merecían ni respirar cerca de ella, la habían causado demasiado daño, pero aún así mi pequeña volvería a levantarse. Y sobre todo la haría tan feliz como fuese posible, porque ella merecía nada más que pura felicidad.
Ese era ahora mi meta, mi razón de existir... Hacer de ella tan feliz como fuese posible en esta vida.
Por eso sentía en mis entrañas ese maldito nudo que no me permitía relajarme por completo. Bueno era que aunque sentía está constante tensión dentro de mi, pudiera actuar con normalidad ante mi pequeña, evitar que notara algo extraño en mi actuar era importante. Porque no quería que nada saliese mal. Ella merecía perfección pura y absoluta, por eso lo planifique de principio a fin...
Lo único que faltaba era hacerlo.
Tome aire, intentando reunir el coraje que me faltaba para dar ese paso, me acerque a mi pequeña y me quede quedé a escasos centímetros de distancia, aún de pie esperando que los ojillos negros de mi pequeña se fijaran en mi y cuándo lo hizo por fin sonreí tendiendo mi mano a ella en clara invitación...
Una suave melodía sin letra se escuchaba. Lenta, serena...
Una melodía que no rompía la serenidad de la hermosa noche que nos envolvía...

- Me concederías esta pieza?

Pregunté, mi pequeña se notó algo confusa, dejando entrever que no sabía lo que pretendía pero que le agradaba que actuara  con romanticismo. Un dato importante a recordar en mi cabeza, porque ese era un dato que me serviría mucho a futuro.
Acepto mi mano ya poniéndose de pie y dejando que la envolviera entre mis brazos y comencé a balancearnos al suave ritmo de la melodía, manteniendo ese cómodo silencio que solo era interrumpido por esa suave y dulce melodía.
Sentía en las yemas de mis dedos  el frió de la seda de el precioso vestido que se puso luego de una agradable ducha caliente para quitar el salitre del mar, ahora su piel tenía ese delicioso aroma a rosas que tanto me fascinaba.
Sus manos rodearon mi cuello y mi pequeña apoyo suspirando su mejilla sobre mi pecho, dejando que la guiara al compás de la melodía...

Tu y yo... todo o nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora