Capítulo tres.

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El camino de regreso a casa fue todo risas y cantos. El humor de Ana y Sebastián mejoraron en cuanto salió su canción preferida en la radio.

Era una dicha tener a mis hermanos a mi lado alegrándome con sus comentarios y risas.

Sin embargo, mi cuerpo alcanzó niveles no recomendados de tensión cuando en la radio sonó una canción tan conocida por mí.

«Mierda»

Mis manos quedaron adheridas al volante mientras mi mente quedó totalmente en blanco. Pequeños recuerdos invadieron mi mente, haciendo que mi corazón latiera más rápido de lo normal.

—¡Amo ésta canción! Alex, súbele, por favor!

La voz de Ana apenas me devolvió a la realidad. Parpadeé varias veces para tratar de alejar los recuerdos que recreaba mi mente.

Había pasado tanto tiempo sin saber de él... Sin oír su voz que haberlo hecho en ese momento fue como un baldado de agua fría que me recordó eso de lo cual huía a diario.

—¿Alex, estás bien?

—¿Ah? —musité viendo por el retrovisor a Juliana.

Centré de nuevo la vista en la carretera cuando el semáforo cambió a verde.

—¿Qué si estás bien? —repitió con el ceño ligeramente fruncido.

Di un volantazo a la derecha. Los gritos de Ana cantando la canción de Justin por poco lograron que llorara delante de todos.

—Sí. ¿Ana? —la llamé pero ella estaba muy concentrada cantando a voz en grito—. ¿Ana?

Joder.

Sin preámbulos cogí y apagué la radio ganándome así una mirada de incredulidad de todos.

—Ningún comentario, por favor.

Al abrir la puerta de casa me encontré con Eduardo en el sofá. Entré seguida de los niños y lo saludé en cuanto pasé por su lado rumbo a la cocina.

Tenía la garganta seca.

—Traje comida —oí que decía.

Menos mal porque no me apetecía cocinar, para nada.

Apuré el vaso con agua y lo dejé en la encimera.

—¿Podrías tú servirles a los niños? —le pregunté.

Su ceño inmediatamente se vio fruncido a medida que me escudriñaba la cara.

—¿Tú no comes? —inquirió con los ojos entornados. De seguro se imaginaba qué había sucedido.

Me encogí de hombros.

—No tengo hambre.

La verdad es que había perdido el apetito. La maldita canción me jodió el día, o me lo jodí yo misma recordando cosas que no lo merecían.

Entré en la seguridad de mi habitación y me dejé caer en la cama con un suspiro.

La misma pregunta de siempre: ¿por qué no lo olvidaba? Si hasta ya parecía disco rayado.

Si algo era seguro era que Justin era un recuerdo muy difícil, dificilísimo de superar.

No entendía tampoco por qué coño me torturaba pensando en esas cosas. Una de dos: o era idiota o me gustaba sufrir.

Días después.

Estaba emocionada.

¡Era oficialmente mi cumpleaños!

Una belieber: una bailarina [Sin editar]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora