Capítulo cuatro.

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La isla era pura y completa perfección.

Por primera vez en meses había dejado de darle vueltas a mis pensamientos. Me encantaba poder disfrutar de mi familia en todo momento pero también necesitada estar un momento a solas, así que me dirigí hacia la playa mientras los demás almorzaban.

Me senté en la orilla y tomé un puñado de arena, mirando hacia el horizonte. La verdad era que no pensaba en nada, mi mente estaba en blanco y solo miraba el punto en el cual el mar parecía fundirse con el cielo.

—¿Paola?

Solté la arena que tenía en mis manos y me volteé a ver a Eduardo.

—Dime.

—¿Te pasa algo?

—Estoy bien.

—Ajá. Ahora dime la verdad.

Esperé a que se sentara a mi lado para poder responderle.

—En serio... no me pasa nada —dije un poco cansada de dar siempre la misma respuesta.

—Oye, yo te quiero preguntar una cosa; algo de lo cual no hemos charlado desde hace mucho.

Lo miré.

—Pregunta.

—El mensaje que me enviaste diciendo que Michael sabía en dónde estabas, ¿cómo fue eso? —inquirió con el ceño fruncido.

Hice memoria. De eso había pasado mucho tiempo y ya se me había olvidado.

—Ah sí —exclamé al recordar—, eso fue cuando estaba filmando el vídeo de... Bueno, no importa. Fue él, Eduardo, estoy segurísima de que fue él a quién vi.

—Pero nadie aparte de mí sabía que tú estabas en Los Angeles.

Hice una mueca.

—Si lo sé. Sin embargo, era él, es imposible olvidar su rostro. Cuando lo vi, recordé todo lo que nos hizo, todo lo que pasó y no sé qué... pasó después sólo recuerdo a...

A Justin durmiendo en el sofá... A Justin cuidando de mí... A Justin despertándose por la mañana... La foto que le tomé...

—¿A qué?

—¿Ah?

—¿Sólo recuerdas a...? —preguntó con ambas cejas alzadas.

Puse los ojos en blanco.

—A nada. Olvídalo.

Fue su momento de poner los ojos en blanco.

—No seas tan testaruda y admítelo.

—¿Admitir qué? —pregunté a la defensiva.

Su suspiro me exasperó aun más.

—Que aún lo amas —dijo en tono de cansancio.

Lo miré con el ceño fruncido.

—¿Amar a quién?

Su dedo índice aterrizó en mi frente dándome un buen golpe. Me llevé la mano a la zona dolorida y fruncí más el ceño. Al parecer los nervios estaban haciendo que Eduardo alucinara.

—A veces eres muy lenta.

—¡Oye! —le pegué en el brazo.

—¡Oye! Nada. Respóndeme —exigió.

Me encogí en mi sitio. Sabía muy bien de quién hablaba. Que me hiciera la tonta era algo diferente.

—No lo hago.

—Si quieres sonar creíble al menos deja de toquetearte la oreja.

De inmediato bajé la mano. Por muy raro que parezca esa acción solo la realizaba cuando le mentía a Eduardo, a otra persona podía mentirle perfectamente, menos a él.

—Es muy malo de tu parte querer que diga algo que sabes —en cuanto lo dije maldecí en mi interior.

Lo había admitido, joder.

—¡Lo has admitido! ¡Lo sabía!

Volví a rodar los ojos. Bueno, sí, era cierto pero tampoco era para tanto. Estaba a punto de responder cuando el celular vibró en mi mano.

Miré la pantalla. El corazón no me aleteó ni latió más fuerte sino que se paralizó.

Estaba segura que mi color en ese momento se asemejaba al de una hoja de papel.

—¿No vas a responder? —preguntó Eduardo mirando por encima de mi hombro para ver quien llamaba.

Parpadeé varias veces para tratar de espantar las lágrimas que se asomaban.

—Yo... —me detuve al no conseguir formular una frase coherente.

Eduardo me quitó el celular de la mano.

—¿Quién es? Aparece numero desconocido.

Miró la pantalla con el ceño fruncido.

—Es... —cerré los ojos y tomé una respiración profunda—... es Justin.

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¡Hey, you!

Babes, que tengo subir capitulo hasta mañana pero... sucede y pasa que mañana estaré todo el día fuera y no quiero hacerlas esperar.

Espero que se encuentre bien.

¡Besos!

Una belieber: una bailarina [Sin editar]Where stories live. Discover now