Capítulo 39

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Sigo completamente congelada en mi lugar. La tensión que hay en mi cuerpo es algo que jamás había sentido.

—Tengo que irme. –digo haciéndome a un lado y tomando mi bolso.

Comienzo a caminar sin despedirme cuando Nate habla y me frena.

—Rue, espera. –me doy la vuelta y noto los nervios en su cuerpo.

—¿Si? –pregunto, colgándome el bolso al hombro.

Él trata de articular palabra pero no lo logra.

—Yo... quería... quiero que pases la noche conmigo. –logra decir.

¿QUÉ? ¿Pasar la noche con él? ¿Cómo?

Al notar el asombro y la confusión en mi rostro, Nate trata de explicarse.

—Quiero decir..., necesito hablar contigo y no hay otro lugar más privado.

Pienso unos segundos y niego con la cabeza.

—Nate, no es una buena id...

—Por favor. –me interrumpe mientras se acerca a mí. —Ven conmigo. –dice cuando nuestras respiraciones chocan.

Mi corazón palpita rápidamente.

Sé que no debería. Sé que prometí alejarme de él y volver a mi vida normal. Pero mi vida nunca fue normal y nunca lo será. Y la intriga por lo que quiere decirme me obliga a asentir con la cabeza lentamente mientras rezo porque sea la decisión correcta.

—Está bien. –acepto.

Que Dios me ayude.

••••

Media hora después, Nate detiene su camioneta frente a un gran edificio.

—¿En dónde estamos? –pregunto desorientada.

Nate sonríe y apaga el motor de la camioneta.

—En mi departamento. –responde y abre la puerta para luego bajar.

Camina alrededor del vehículo, abre mi puerta y me ayuda a bajar.

Miro hacia arriba y el edificio parece interminable, deber tener al menos veinte pisos y se ve completamente gris gracias a la luz nocturna.

—¿Desde cuando? –pregunto tomando mi bolso de la alfombra de la camioneta.

Nate me mira y cierra la puerta.

—¿Desde cuando qué? –pregunta y activa la alarma de seguridad.

Pongo los ojos en blanco y me cuelgo el bolso al hombro.

—¿Desde cuando vives aquí? –caminamos por un breve jardín iluminado con un sendero de piedras naranjas hasta llegar al pórtico del edificio.

Nate pone una llave en la cerradura de la enorme puerta, al girar la llave, empuja la puerta suavemente y me hace una seña para que entre primero.

Automáticamente, las luces del pequeño hall se encienden y entrecierro los ojos.

—Detectan el movimiento y se encienden solas. –me explica Nate.

Asiento con la cabeza y sonrío.

A la izquierda se encuentra una gran escalera de color blanco perla, y al fondo del hall hay dos ascensores. Caminamos hacia allí, al detenernos Nate presiona un botón en la pared y al cabo de unos segundos, las puertas del ascensor que está a la izquierda se abren, nos subimos en él y Nate vuelve a presionar un botón, el cual se ilumina marcando el número diecinueve. Las puertas se cierran y una breve sacudida me hace entender que el ascensor ha comenzado a subir.

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