Capítulo 40

11.9K 785 24
                                    

Despierto totalmente desorientada. El brillo que entra por el gran ventanal provoca que cierre los ojos inmediatamente y haga el típico pestañeo para acostumbrarme.

Extiendo un brazo y noto que las sábanas están frías y que no hay nadie conmigo.

Abro los ojos de par en par y una ola de miedo recorre mi cuerpo. Nate se ha ido.

Nate. Nate...

Me siento de golpe en la cama y miro a mi alrededor. La habitación de Nate, estoy en la habitación de Nate. Y lo recuerdo todo. Anoche. Nosotros dos. Aquí. El orgasmo. La manera en la que me tocaba y susurraba en mi oído palabras que jamás pudiera haberme imaginado que alguien me diría. Como nos peleábamos para no quedarnos dormidos para que el tiempo no pase.

Sonrío ante el recuerdo y miro hacia la puerta cuando algo me distrae.

Nate.

Trato de no mirar más allá de su rostro pero me es imposible, su cuerpo está escurriendo gotas minúsculas de agua, sus tatuajes lucen tan excitantes con el agua cayendo a través de ellos, su cabello está completamente despeinado y pareciera que la toalla que lleva envuelta en la cintura estuviera a punto de desprenderse de su cuerpo y caer a la delicada alfombra que cubre toda su recámara.

El calor se extiende por todo mi cuerpo y puedo comenzar a notar como el cosquilleo en mi entrepierna despierta.

Él entra a la habitación sin ningún tipo de vergüenza y sonríe al verme.

—Buenos días. –saluda y gatea por encima de las delicadas sábanas negras hasta llegar a mí y besarme.

Su beso es abrasador y cálido. Lo tomo de la nuca con mi mano y nuestras lenguas se unen hábilmente. Sonrío en el mismo beso y Nate se aparta de mí lentamente para después darme un rápido beso.

—¿Qué hora es? –pregunto y me froto los ojos.

—Son seis y media. –responde. —Si lo sé, estoy acostumbrado a levantarme temprano. –dice al ver mi gesto de fatiga.

Muevo mis piernas para poder estirarlas y gimo de dolor al sentir como algo dentro mío se tensa.

—¿Estás bien? –pregunta Nate con preocupación al ver mi gesto de dolor.

Asiento con la cabeza, trago fuerte y muevo nuevamente mis piernas para poder apaciguar la incomodidad.

Él asiente con alivio y baja de la cama para caminar hacia el gran placard de madera negra, abre un cajón y saca unos boxers negros. Luego abre otro y saca una camiseta blanca y se la pone sin ni siquiera secar su torso.

Lo observo embobada hasta que él se gira y me regala una mirada relajada.

—¿Qué estás mirando? –inquiere con un tono juguetón.

Sonrío y niego con la cabeza.

—Una cosa. –respondo y hago un movimiento con los hombros.

—¿Qué cosa? –me sigue el rollo.

—Demasiado maravillosa. –me muerdo el labio y lo miro con gracia.

Él ríe y mi alma se hincha de felicidad al escuchar el hermoso sonido de su risa.

—No juegues conmigo, muñeca, no te conviene. –alza sus cejas mientras habla.

Mmm...

—¿Ah, no? –pregunto y sonrío maliciosa.

—No creas que el hecho de que estés un poco adolorida en este momento me detenga para hacer que gimas mi nombre nuevamente. –se pasa una mano por su húmedo cabello y el corazón me palpita con fuerza.

The First Where stories live. Discover now