Capítulo 63

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Todo se sumerge en el vacío. Sólo puedo oír el sonido de mi respiración y sentir mi corazón latir desbocado. Estoy sola, y comienzo a sentir mi pecho dolel al oír un grito, y no se trata de cualquier grito, es un grito desgarrador, el cual me pone la piel de gallina.

Y es entonces cuando hay luz. Y es entonces cuando puedo verlo.

Comienzo a gritar, pero no emito ruido al hacerlo. Trato de mover mis pies, pero es como si ni siquiera los tuviera. Necesito hacer algo. Debo hacer algo.

Mi alma cae al suelo y comienzo a desesperarme cuando un golpe en el estómago lo derriba.

Ben golpea a Nate hasta que cae de rodillas al suelo.

¡No! –grito. Pero nadie me oye.

Esta vez yo misma siento el dolor en mi cuerpo cuando Ben golpea a Nate en las costillas. Nate se abraza a sí mismo mientas que Ben lo patea donde puede.

Mis costillas duelen. Siento el dolor de Nate y no puedo hacer nada. Es como si yo estuviera observándolo todo a través de un cristal, el cual no puedo romper a pesar de que trato con todas mis fuerzas. No puedo hacer nada para salvar al amor de mi vida de las garras de su agresor. Su padre.

El aire abandona mis pulmones cuando Nate me ve. Veo el dolor a través de sus ojos. Veo el temor y la tristeza.

¿No vas a ayudarme? –escucho en mis oídos las palabras que un viento que no existe se lleva.

Trato de pedirle disculpas, pero las palabras se traban en mi lengua.

Entonces todo se vuelve peor. Ben saca un revolver de su cinturón y apunta a Nate con ella. Él jala del gatillo y mi mundo se desvanece cuando la explosión se oye en mis tímpanos...

Abro mis ojos y solo veo oscuridad. Siento mi rostro húmedo y por fin logro notar algo de luminiscencia proveniente de la calle cuando parpadeo. Tengo la boca seca y el corazón me late con fuerza. Me estiro en la cama hasta lograr dar con el pequeño interruptor de mi lamparita de luz y encenderla.

Una sensación angustiante se abre paso por mi pecho. Seco las lágrimas en mi rostro y me estiro nuevamente para tomar mi celular que se encontraba cargando en mi mesita de luz. No pienso al marcar el número y llevarme el móvil a la oreja.

—¿Hola? –pregunta en un gruñido somnoliento.

Sollozo al oírlo.

—Nena, ¿Qué sucede?, ¿te encuentras bien? –se alarma.

Relamo mis labios y trago saliva para humedecer mi garganta.

—Si. Sólo quería oír tu voz.

Y me quiebro. Me llevo la mano libre a la cabeza y comienzo a sollozar en la soledad de mi habitación. Ni siquiera puedo pensar en la pesadilla sin sentir como se me revuelve el estómago.

—Hey, tranquila. –dice desde la otra línea. —¿Quieres que vaya para allá?

—No. –digo de inmediato. —Necesitas descansar. Lamento haberte llamado, yo...

—Está bien. –me interrumpe con tranquilidad. —Todo está bien.

Me seco las lágrimas y repaso la habitación para cerciorar que no hay nadie más que yo aquí.

—¿Fue una pesadilla? –pregunta.

—Lo fue. –digo con la voz quebrada. —Nate si algo te pasara... No sé lo que haría.

Escucho un suspiro y luego sus quejidos, como si se estuviera moviendo en la cama.

—¿Por qué habría de ocurrirme algo, bebé?

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