Géminis & Leo

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La gente, por lo general, no suele ir a los cementerios para conocer a otras personas

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La gente, por lo general, no suele ir a los cementerios para conocer a otras personas. Mucho menos a sus «almas gemelas». Pero acá estábamos Géminis y yo.

Ni siquiera había fallecido el familiar o amigo de alguno –por suerte– como para que estuviéramos presenciando el entierro de aquel hombre cuyo nombre al día de hoy, desconozco.

Llevaba puestos unos lentes oscuros que le hacían ver muy guapo, además de que entonaba con el lugar lúgubre y deprimente en el que nos encontrábamos. Quizás no me llamó la atención su atuendo en sí, sino su expresión corporal. Sus brazos cruzados al igual que sus piernas, a pesar de que estuviera de pie. Su cabello escondido en un sombrero que parecía haber sido hecho a su medida e intentando disimular que las comisuras de sus labios se elevaban a medida que el cajón iba descendiendo en la tierra.

Al principio me pareció desquiciado, morboso. Años más tarde, comprendí que él sí conocía a la persona que era el cadáver y entendí que el tipo se lo merecía; era un asesino, y había apuñalado a su gemelo hasta quitarle el último aliento.

En algún momento de la ceremonia creo que él notó mi intensa mirada, por lo que al cabo de unos segundos, noté que había atraído su atención también. Se levantó el sombrero un poco como si fuera un saludo y yo asentí en su dirección.

Lo seguí a través de las lápidas cuando percibí que se estaba yendo del lugar del entierro. Llegó a una tumba, donde estaba dejando un ramo de flores que llevaba en un bolso. Era su hermano fallecido. Claro que eso no lo supe hasta tiempo después, cuando comenzamos a salir.

—Permíteme presentarme —sonrió coqueto cuando distinguió mi presencia tras él—, soy Géminis, Embajador de Gleyrine.

—Es un placer, señor. Me llamo Leo... —dejé la frase a medio terminar porque no podía revelar a nadie mi verdadera identidad. Él parecía esperar a que terminara de hablar, pero le ofrecí mi mano para estrechar la suya y así dar por zanjada la presentación. Cosa que no le quedó otra opción que aceptar.

—El placer es todo mío, señorita —luego de estrechar nuestras manos, besó la piel enguantada de mi mano izquierda, a lo que me sonrojé porque no me esperaba aquello.

Platicamos del atractivo del cementerio mientras lo recorríamos. Era como una cita que ninguno pidió, aunque nos hizo bien mutuamente.

Desde ese día, quedamos en encontrarnos pronto porque debía regresar a casa y él debía volver con su familia.

Ahora, mirándolo dormir a la par del gato que rescatamos del cementerio, me viene el recuerdo de ese día a la mente y me es imposible no sonreír.

Ya éramos pareja para ese entonces, apenas llevábamos saliendo tres meses. No obstante, el tiempo es etéreo; hoy estás y mañana quién sabe.

Como siempre, fuimos a celebrar nuestro aniversario al cementerio para visitar de paso la tumba de su hermano. Cada vez que iba, le dejaba flores de Cándor en un florero y yo me preguntaba dónde las conseguía, ya que no las podía hallar por ningún lado y eran hermosas.

One shots zodiacales; [PEDIDOS CERRADOS]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora