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Mi llamado es anunciado en punto de las 6:00 a.m. con el cacareo de la alarma de mi celular. Aún está oscuro afuera. Despojo todas las sábanas que cubren mi cuerpo y dejo que las plantas de mis pies descalzos besen la superficie helada del suelo.

El embustero y placentero dolor de mis músculos al estirarse es lo que despierta mi consciencia esa mañana. Mis manos buscan alcanzar el techo y todo el riguroso trabajo es tangible en mis tríceps, los huesos de mi columna crujen y se acomodan uno por uno, vuelvo a sentir los hombros destensarse cuando los giro. Cada pequeño músculo de mi cuerpo es despertado de su sueño, los femorales despiertan con un ácido ardor que me calienta entero. Presiono los dedos de los pies doblados hacia adentro con el suelo, presion con fuerza. Doblo y alzo las piernas forzando a que se estiren aunque sea un milímetro más, separo las piernas en posición de spagat contra el suelo.

Aquella mirada helada que me devuelve el espejo es estricta y ambiciosa. Llega más abajo, me dice. Sudor y una llama cálida bajan por mi espalda cuando quiero tocar el suelo con la pelvis. Mis venas resaltan bajo la piel. Las puntas de mis dedos se vuelven blancos mientras soporto todo mi peso. Me doy cuenta que el sol se ha levantado, sus rayos empezaron a danzar sobre el piso al colarse por mis cortinas.

Con la mano limpio el espejo empañado del baño, producto del calor vaporoso y la humedad por haber tomado una ducha con la temperatura del agua tocando su punto de ebullición. Cepillo un poco más y escupo el residuo de saliva y dentrífico de mi boca sobre el lavamanos antes de enjuagarla. Me lavo el rostro echando el cabello mojado hacia atrás y aplico loción en el pecho y cuello.

Un delgado y rugoso camino malformado yace en los bajo de mi abdomen y mis ojos recaen en él haciéndome erizar la piel, levanto la toalla que me recubre por la cintura y encuentro en mis muslos sus hermanos perdidos.

Las cicatrices no se irán.

Pienso esconderlas hasta que mi piel se arrugue.

ManonWhere stories live. Discover now