LXXIV

1K 192 56
                                    

El parque de diversiones.

Ése fue el lugar al que Ji Sung me trajo luego de un atareado día de práctica y trabajo. El oscuro manto espolvoreado de estrellas del cielo era eclipsado por la ráfaga lumínica que cubría la feria como neblina.

Medianoche.

Se acercaban las 12 a.m. Familias enteras de padres, niños pequeños y abuelos habitaban la tierra; guardias, vendedores e inclusive perros callejeros buscando algo que comer.

Todos poniendo su vista en mí.

Saben lo que he hecho.

Me reprenden con los ojos y me condenan a muerte, soy un delincuente prófugo disfrazado de civil.

Ji Sung me guió todo el tiempo. Evitamos los juegos que causan vértigo, subimos a las tazas giratorias y montamos los autos chocones, inclusive compramos un helado que Han tuvo que terminar solo porque no me entraba nada más al estómago.

No teníamos muchas opciones por lo que nuestra siguiente elección fue acercarnos a los puestos individuales de juegos.

—¿Quieres dispararle a un pato? —me pregunta señalando a esa atracción de disparar a patos de cartón con una escopeta cargada de balines. Inmediatamente niego— Vamos, ganaré algo para ti —Dos intentos después saltaba victorioso con un oso de peluche mediano en brazos. Al menos verle con esa brillante sonrisa me aligeraba la carga de los hombros—. Vayamos ahí —Un rato después de caminar frente a los puestos señala a la casa de espejos situada en una esquina al final del trayecto—. Gordito —Ríe al vernos parados frente a un espejo curvo que nos hace vernos más estrechos de la parte superior e inferior del cuerpo y más angostos del medio—. Ven, vamos acá.

Subiste una talla.

Has estado dormido todo este tiempo, Lee Min Ho. Cual sonámbulo.

Me alejo del espejo adentrándome al sitio buscando entre las personas dentro a Han. Mi mirada viaja de diestra a siniestra esperando ver una cabellera rubia, mas no veo nada.

—¿Han?

No lo veo. ¿Dónde se ha metido? No pudo haber ido muy lejos. O al menos eso creo.

Recorro pasillo tras pasillo no encontrando más que decenas de copias deformes de mi reflejo. Este lugar parece un laberinto. No reconozco el lugar detrás mío, no sé exactamente por dónde vine. Ahí, al final de uno de los cientos de pasillos hay una figura.

Ayuda.

De pantalones desgastados, abrigo pesado, sombrero. Las manos sucias, el rostro arrugado, barba crespa.

—¿Por qué no me ayudaste?

Las suelas de sus zapatos sellan la huella de su sangre con cada paso que da.

—¿Por qué no me ayudaste?

¿Por qué...?

Quería hacerlo.

—¿Por qué me mataste?

Matarte.

Siento un peso frío y macizo en mi mano izquierda. Bajo la mirada. Suelto escandalizado la pistola que sujetaba en la mano.

—¿Por qué me mataste?

Yo no te maté.

Huyo de ahí. Doy media vuelta y corro a toda prisa adonde me lleven mis pies. A la salida. ¿Dónde carajos está la salida?

—¿Por qué me mataste?

Apenas echo la mirada hacia atrás y ese hombre ya está detrás de mí.

—¿Por qué me mataste?

Deja de seguirme. Basta. No me sigas.

Ayuda.

Ayuda.

Ayuda.

No hay cómo salir.

Giro nuevamente. El hombre del callejón se ha ido, en su lugar fue puesto algo extraño. Soy yo. Ahí parado, enfrente de mí. No, no eres yo. ¿Qué eres?

Emprendo mi escape. Vuelvo a correr por cada intersección. Giro, me voy a la izquierda, no encuentro la salida. Eso me está siguiendo tan rápidamente, no hay donde esconderme. Lo tengo detrás de mí, está a pocos pasos.

Aléjate.

Vete, vete, vete.

Al momento en que volteo esta enfrente mío y me planta un puñetazo. Caigo al piso y lo primero en lo que me percato es que mi nariz está derramando sangre. Quiero irme. ¿Adónde voy? Me arrastro por el suelo lejos de él y lo siento patearme el estómago, todo se vuelve nublado cuando se me escapa el aire, sigo huyendo y entonces me toma por el cabello haciendo mi cabeza estrellarse contra los espejos. Gimo de dolor. ¿Qué mierda quieres de mí?

Se postra encima mío y me toma del cuello, como puedo intento zafármelo, pataleo y tiro de sus manos, pero él no deja de estrangularme. No respiro. Una de mis manos toca ese mismo metal frío de antes. La pistola. Sin pensar en algo más la tomo y quito el seguro apuntando en su jodida cabeza.

—¿Por qué me mataste?

El anciano otra vez.

No eres tú, suéltame.

—¿Por qué?

Suéltame, por favor.

—¡¿Por qué, Lee Min Ho?!

Aprieto el gatillo. Desde el primer segundo trago aire y vuelvo a ponerme de pie. Corro hacia la salida, esa cosa no deja de seguirme. Ya casi, ya casi.

—¡Min Ho!

Hannie.

Logro salir. No dudo ni un momento en abrazarme a su cuerpo jadeando.

—¿Dónde estabas? ¿Qué sucedió? —No lo sé, Han, no lo sé. Todo es horrible, Hannie, no me sueltes— Vámonos ya.

ManonWhere stories live. Discover now