LXI

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Sentados en el sofá más extenso de la sala lo veo vendando mis pies después de extraer cada pieza diminuta de vidrio y desinfectar la cara con un pedazp de algodón empapado de agua oxigenada. Hice lo mismo con sus pies, lo observo tan ensimismado en si tarea que me da oportunidad de detallar cada facción de su rostro, como en la manera en que tuerce la boca cuando está concentrado o como sus pestañas le rozan las mejillas cada que parpadea.

—¿Qué tanto me ves? —me dice luego de largos minutos observándole.

—Eres muy lindo.

—Adulador —ríe por debajo de su aliento en respuesta—. Tú eres muy ardiente, ¿te lo han dicho antes?

Ahora es mi turno de reír. Cruzo los brazos y simplemente le miro, sus ojos se conectan con los míos. No me cansaría de ellos aun si me hicieran daño. Su mirar es el regalo con el que más estoy agradecido en la vida. ¿Qué hice para merecerla?

—Te amo —suelto sin estar seguro de estar razonando.

—Amar... es una palabra muy fuerte, ¿no crees?

Lo es.

—No es ni lo octava parte de lo que siento por ti —digo seguro.

Sonríe con un suspiro adoptando un leve sonrojo en las mejillas, su vista se ha perdido en sus manos inquietas. No esperaba que me respondiera siendo que mi amor por él desbordaba en demasía de mis poros, que ya no lo podía contener más.

—Yo también te amo.

Pero me sumía en auténtica felicidad ser correspondido.

El bello, tal proclamado y único amor de mi vida besa la planta de mi pie vendado y se zambulle en mis brazos recostando la cabeza en mi pecho. Quédate ahí por siempre y escucha mi corazón latir.

»Perdón por lo de los vasos de tu papá.

—Está bien, luego iremos a comprarle otros.

ManonWhere stories live. Discover now