LXXII

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Alice n' Warren, calle Pyeongdang, número 5638. Pyeongdang era por demás una calle desolada, lúgubre. Ni una sola alma se dejaba ver, los edificios lucían solos y viejos, restos de desperdicios se apropiaban de la intersección como rodadoras en el desierto.

—No veo ningún restaurante de comida japonesa.

—Está justo enfrente de la calle.

—Pues no veo nada.

Bufa.

—¿En dónde estás? ¿Qué hay frente a ti?

—Estoy en la calle que me dijiste, Pyeongdang.

—¿Pyeongdang? ¡Myeongdang! Pendejo, es Myeongdang.

—Bueno, pudiste haber mandado la dirección por mensaje de texto...

Ayuda.

—Voy a ir por ti, ¿en qué parte de Pyeongdang estás? —Percibo algo así como murmullos proviniendo de alguna de entre las calles que interceden, como eco, viene de alguna parte— Min Ho...

Mis pies se mueven sobre la humedad que cubre el asfalto de la calle, mis pisadas apenas resuenan por encima de ese manojo de murmullos. No murmullos. Gritos. Vienen del final de un callejón. Distingo dos voces distintas, son inentendibles las palabras que intercambian al menos hasta me escabullo por detrás de los contenedores de basura.

—¡Será mejor que coperes, viejo!

—¡No! Por favor, es todo lo que tengo.

Entre un cruce que forma el callejón hay dos hombres, un encapuchado y un anciano, un vagabundo. Forcejea contra el hombre de pie, es golpeado y pateado una vez tras otra. Le está quitando lo poco que tiene.

—¡Ayuda! ¡Alguien ayúdeme, por favor!

—¡Cállate!

Sus ojos recaen en mí.

—¡Ayuda!

—¡Ya me hartaste!

Le dispara en seco.

Le dispara.

Vi cómo lo hacía.

Por inercia me oculto detrás del contenedor y me cubro la boca, mis manos están temblando. Trato de respirar de forma silenciosa y con lentitud me asomo por el contenedor, el asaltante se ha ido, el anciano yace sobre un charco de su propia sangre. Dios. Sus ojos vuelven a mirarme, decido irme de ahí.

ManonWhere stories live. Discover now