XIII

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—¿Cómo regresaste, amor?

—Me duele todo.

—Oh, bebé.

Meto los pies adoloridos lentamente en un cubo de agua con hielos cuando regreso a casa después del trabajo. Los tarsos se me entumecen inmediatamente haciéndome sentir relajado. Ahuyento un pesado suspiro de mis pulmones y me dejo caer de espaldas sobre el colchón con los brazos estirados.

Extrañaba esto, demasiado.

Cinco horas al día, seis días de la semana, pero era feliz. Volví donde debía de estar.

Flotando en mi propia nube consitiéndome a mí mismo, soy interrumpido por un intruso que se ha colado a mi cama. Soonie maulla y ronronea olisqueando mi cara logrando sacarme más de una risilla y en retorno le acaricio acercándola a mi pecho.

Esa bola de pelos llegó en la época donde me estaba perdiendo a mí mismo. Odiaba estar en cama, pero me negaba a salir de ella, y Soonie siempre estuvo a mi lado.

Por ella fue que no me dejé caer por completo.

Como ya es costumbre, sacudo de mis ropas el pelaje que se desprendió de su cuerpo y un cabello claro. El hielo se ha derretido, así que voy a vaciar el agua usada en la ducha.

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