LXXV

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Alice n' Warren, calle Myeongdang, número 5638.

Ji Sung me llevó al edificio en donde vive. Un establecimiento de diez pisos, de pintura caída, paredes craqueladas, olor a cigarrillo. No tiene ascensor, tuvimos que subir cinco pisos hasta llegar a su departamento. Cucarachas se escabullían por agujeros en los marcos de las paredes y el polvo se acumulaba bajo nuestras pisadas. ¿Es por esto que nunca me dejó traerlo?

—Lamento que tengas que conocer mi casa —comenta en tono avergonzado.

—Está bien —le tranquilizo acariciándole el dorso de la mano.

Llegamos hasta su puerta, la 516. Rebusca sus llaves de entre los bolsillos de su pantalón rasgado de las rodillas y la abre. Un departamento pequeño, de ventanas angostas, papel tapiz húmedo recubriendo las paredes y un televisor del tamaño de una caja grande con la antena torcida. El lugar en sí... es un chiquero.

—Hasta que por fin apareces, ¿no te avergüenza estar en la calle todo el día? —dice un hombre en camisa de tirantes y pantalones cortos recostado en el sofá de la pequeña sala de estar con una cerveza en mano. Ji Sung no le responde a la primera y cierra la puerta detrás de mí— ¿A quién trajiste?

—A nadie, qué te importa —le responde tomándome de la mano de nuevo guiándome a través de la habitación.

—No quiero que empieces con tus mariconadas en esta casa.

—Haré lo que se me venga en gana.

—Yo no engendré a un varón para que saliera a la calle a chupar pitos y traer hombres.

—¡Pues fíjate que adoro ser marica, tendremos sexo si queremos y nos vas a escuchar! —grita por último habiendo llegado hasta su habitación cerrando de un portazo. Eso fue por demás... No tengo palabras— Lo siento por eso —repara dándose la vuelta.

—¿Es tu padre?

—Es un... fulano con el que vivo que dice ser mi padre —Se encoge de hombros y toma asiento en la orilla de su cama. Paseo la mirada por la habitación, está más limpia y ordenada que la sala de estar, pero no deja de ser acalorada y recubierta por una ligera capa de polvo en los muebles. Veo que no tiene cuadros, ni fotografías. Sus zapatos están ordenados en una esquina y muy pocos productos de maquillaje y colonia en su tocador, no tiene armario propio, toda su ropa está colgada en perchero, entre las prendas logro divisar el traje que le regalé. Mis ojos viajan hasta su ventana, por donde entra una brisa fresca que balancea suavemente los pétalos de una rosa marchita vistiendo una botella de plástico pintada de púrpura como florero—. Oh, lo siento por tu rosa —dice en cuanto se da cuenta que tengo la mirada en la ventana—, no duró mucho.

—Descuida.

Le escucho sonreír. Dejo mis cosas y el peluche en el suelo junto a la puerta, me quito mi abrigo y tomo lugar en el suelo frente, me cuelo entre sus piernas y le abrazo por la cintura, recibo sus brazos sobre mis hombros y sus caricias en el cabello.

—Me siento solo aun cuando está aquí —comenta refiriéndose a su padre—, pero dejo sentirme así cuando estoy contigo.

Me besa en la cabeza y me hago de sí abrazándolo más fuerte.

—Yo también.

Me hace sentir seguro en sus brazos.

—¿Esto es mi culpa, verdad?

—¿Mhm? —Elevo la mirada hacia él.

—La droga.

—Fue cosa de ambos. No cargues con toda la culpa.

—A veces siento que no deberías estar conmigo.

—No digas eso.

Nunca me arrepentiré de haberte elegido.

ManonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora