LXII

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Casi puedo escucharte el cantar de los búhos fuera de la cuando me levanto cerca de las 2 a.m. a tomar un vaso de agua. No hay ninguna luz encendida porque pienso que puedo ver lo suficiente con la luz nocturna que entra por la ventana de la cocina. Estoy enjuagando el vaso que usé cuando escucho el maullido de Soonie y sus patitas rondando por la sala de estar, uno de los maceteros de mi madre tambalea al ser golpeado.

—¡Soonie! —exclamo en un susurro creyendo que podría estar arañando las hojas de las dormilonas. Desde la cocina veo sus ojos resaltar en la oscuridad para perderse al instante. Dejo el vaso en el escurridor del fregadero y vuelvo a escucharla esta vez correteando y maullando violentamente— ¡Soonie!

Voy hasta la sala tanteando entre la oscuridad a la búsqueda de su figura y la escucho masticando algo. Inmediatamente pienso en que pudo haber cazado un ratón y ahora ha hecho un desastre en toda la sala. Y entonces logro verla desparramada sobre el suelo, no está masticando nada, hay manchas oscuras rodeándole, apenas me percato del olor metálico que abunda en la habitación. Es nauseabundo. ¿Esas son... vísceras?

Desde una esquina de la habitación veo una sombra moviéndose, es la figura de un hombre que me mira al darse cuenta que le estoy viendo. No. No es un hombre. Es algo atrapado en un revestimiento de plástico, sucio, craquelado. Como la armadura de una muñeca. Deja de mascar lo que tiene entre sus manos y se pone de pie. Viene hacia mí. Dios mío... Viene hacia mí, viene hacia mí.

En cuanto reacciono pego la vuelta sin saber a qué le tengo más temor: a tenerlo la mirada encima o no saber dónde está. Huyo sintiendo el palpitar de mi corazón en los oídos, sus piernas alargadas me alcanzan por un pelo, los pasillos nunca se sintieron tan largos. Buscando atrasar su paso hago uso de cualquier mueble que tengo al alcance para interponerlo en su camino. Estoy a sólo unos cuantos metros de mi habitación. Su mano me toma por el tobillo.

Caigo de bruces al suelo y de inmediato me arrastro lo más que puedo. Estoy sudando. Su enorme y sólida mano tira de mí con fuerza. Estoy entrando en desesperación y ni siquiera me sale la voz para gritar. Me arrastra otra vez. Pataleo con ansia aferrando las uñas a la alfombra, no es hasta que me topo con uno de los maceteros de mi mamá que sin pensar dos veces tomo y lo arrojo contra mi tobillo. Gimo de dolor por el golpe, pero soy liberado. No sé cómo me pongo de pie y cojeo entrando a mi pieza cerrando la puerta frente a esa cosa.

Pongo todo mi peso contra la puerta deseando que no entre, pero un sonoro golpe me hace caer de espaldas por inercia, me arrastro por el suelo hasta llegar al pie de la cama. Golpea la puerta, la golpea una y otra vez. La está arañando.

—¡Min Ho!

¿Qué quieres de mí? ¿Qué quieres?

—¿Qué es lo que tienes? No estás respirando.

Vete de aquí. Vete ya. ¿Por qué estás atormentándome?

ManonWhere stories live. Discover now