LXXIII

1K 198 42
                                    

En cuanto me aparezco en la sala de ensayo Ji Sung corre a abrazarme.

—¿Dónde estabas? —vocifera en un susurro— Te estuve esperando toda la noche, no contestaste mis llamadas, no contestaste mis mensajes, casi haces que me vuelva loco.

—Pase la noche en la estación del metro.

—¿Qué diablos hacías ahí?

—Vamos a entrenar.

—¡Min Ho!

—Estoy bien, ¿sí? —Le acaricio la mejilla tratando de tranquilizarle— Anda, vamos.

—Cinco, seis, siete... Empiecen a cruzar, muchachos.

Tercer acto.

Manon y Des Grieux desembarcan en Louisiana junto con grupo de prostitutas luego de que Lescaut haya sido herido por Geronte de Revoir. Las plebeyas son mujeres a las que se les ha condenado por vender su cuerpo, tristes y desalmadas, son maltratadas y humilladas por los hombres del puerto, pero en cuanto ven que una está siendo pisoteada se arremolinan sirviendo como escudo. Salimos del barco, Manon apenas puedes mantenerse sobre sus pies, Des Grieux sin embargo, es un hombre esperanzado. Hace lo posible para mantenerla de pie.

Ayuda.

Aún puedo ver sus ojos oscuros viéndome parado ahí detrás, aún puedo verlo respirando, aún podía salvarle.

—Cuida esa posición, Min Ho.

Sentí que te había asesinado.

El disparo retumbó en las calles.

Toda su sangre se derramó por el suelo.

Lee Min Ho, eres el hombre que dejó morir a otro hombre.

—Inicien de nuevo.

Ayuda.

Me siento mareado.

—Min Ho, ¿adónde vas?

Salgo del salón a toda velocidad y sin perder tiempo me meto en el baño de hombres, abro un cubículo y vacío lo poco que había en él. Una arcada y mi estómago vuelve a retorcerse, siento el ácido escoser en mi esófago, todo mis músculos se endurecen.

—Min Ho —Es Ji Sung. Entra al cubículo y con delicadeza hace que me siente correctamente. Me pican las manos-. Mierda, estás pálido —Del rollo de papel de la pieza corta una tira y me ayuda limpiándome la boca—. ¿Qué sucedió?

¿Qué sucedió? ¿Qué sucedió conmigo?

Dios, quisiera saberlo.

Dejé morir a una persona.

Lo dejé morir...

Empiezo a llorar.

»Min Ho —Ji Sung sigue llamándome preocupado, lo siento atraerme a su cuerpo y abrazarme—, ¿qué sucedió? ¿Dónde estabas anoche?

Inhalo, exhalo. Me obligo a regular la respiración, pero las lágrimas escapan a borbotones y se atascan en mi laringe.

-Ayer en la calle —mi voz suena terriblemente temblorosa—, en Pyeongdang, vi... vi a un indigente siendo asaltado por un hombre.

—¿Te hizo daño? —Niego con la cabeza.

—N-no q-quería darle su di-nero... Le disparó... Le disparó, Han. Vi como lo hacía...

—Min Ho...

—Escuché al asaltante irse.

—¿Te reconoció? ¿Supo que estabas ahí?

—Me escondí, pero... el indigente sabía que estaba ahí —Mi garganta se vuelve a cerrar tan dolorosamente.

—¿Estaba muerto?

Vuelvo a negar.

—Probablemente ahora lo está... Pude haber llamado a una ambulancia...

—Min Ho.

—Y solamente me fui —Vuelvo a descomponerme en sollozos, me aprieta contra su cuerpo.

—Ya... Deja de llorar.

—Pude haber hecho algo por él.

—Estabas asustado, no pudiste reaccionar, ¿de acuerdo? No te culpes.

—Han...

—No es tu culpa —Me corta—, además, dices que era un indigente, ¿no? ¿De qué viviría si se hubiese salvado? —No lo merecía. No lo merecía, no lo merecía— Tranquilo, deja de llorar —Soba mi hombro y besa mi cabeza, al menos mi llanto se ha apaciguado—. No es tu culpa, ¿comprendes? Deja de culparte por eso —Estaba asustado. Estaba asustado, no podía moverme porque estaba asustado—. Vamos a decirle a la instructora que nos iremos temprano.

Niego una vez más.

—Me va a sacar del grupo.

-No te va sacar. Queda un mes para estrenar la función, no puede hacerlo.

—No quiero arriesgarme.

Sus dedos rascan mi cabeza y lo escucho murmurar.

—¿Quieres salir hoy?

—No.

—Hey, estás muy estresado. Te llevaré a un lugar bonito, lo prometo.

Con todas sus fuerzas reunidas me pone de pie y con su brazo rodeando mi cintura me lleva hasta el lavamanos a qué enjuague mi boca y salimos del baño. Nos topamos con la persona que más angustia me daba ver.

—Choi.

Me señala con el dedo, por su gesto puedo decir que está organizando sus palabras.

—Te lo advertí.

—No, no, no. Choi, espera.

—Vete a casa, Min Ho.

—Choi...

Se va antes de que pudiera soltar cualquier otra palabra. Una tormenta de sentimientos se arremolinan en mi pecho: tristeza, rencor, furia, lástima. Cualquier cosa menos...

Puta madre.

ManonWhere stories live. Discover now