LXXVI

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Me era difícil conciliar el sueño en la cama de Han, con todos esos resortes salidos que me doblaban la espalda por mitad, pero la ventaja que encontraba en ello es que podía verlo dormir abrazado a ese oso de peluche que trajimos de la feria. Me reconforta verlo dormir tan pacíficamente, aun ese colchón atrofiado. Me sume en una enorme calma escuchar el compás de su respiración y retirarle los cabellos del rostro. Deposito un beso en su frente y otro en su hombro antes de salir de la cama.

Fuera de la habitación me dirijo a la cocina por un vaso de agua, pero para llegar a ella debo atravesar la sala de estar. Noto que las luces aún están encendidas, la del televisor. Piso con cuidado y en silencio no perturbar la atmósfera del señor Han, pero en cuanto ingreso a la sala me lo encuentro de pie, estático, no mira hacia ningún punto en específico y está balbuceando incoherencias, murmullos sin sentido. Sólo debo pasarlo de largo e ignorarlo.

Me voy hacia la cocina y me percato de la pésima frecuencia del televisor, de vez en vez reaparece la imagen transmitiendo un documental de una fábrica de juguetes que me recuerda al doctor Coppelia. Sólo debo irme a la cocina.

Una vez ahí bebo de mi vaso de agua de la llave y cuando lo enjuago escucho una serie de golpes, como si tocaran a una ventana. Giro la cabeza dando con un par de manos y un rostro plasmando una grotesca sonrisa.

No.

Eres tú otra vez.

De espaldas y sin quitarle ni un ojo de encima avanzo para salir de la cocina. Maldigo en el momento en que me choco con una silla y cuando vuelvo mi atención él ya está dentro. Salgo de ahí. Consigo llegar a la sala y tengo otro par esperándome. El señor Han, el hombre de plástico. Me deslizo por la pared, si sigo la pared recta llegaré al cuarto de Ji Sung.

Se están acercando, se arremolinan a mi alrededor. Déjenme en paz, váyanse. Me guío con la palma pegada a la pared y en eso un carpo me toma por el cuello, ha emergido de ahí, me zafo de su agarre. Corro de ahí teniendo esas manos tirándome de la ropa, esos monstruos pisándome los talones. Tengo que llegar a la habitación como sea.

Consigo entrar y no pierdo ni un solo segundo en cerrar la puerta.

Se han ido.

O eso creo hasta que sus golpes y arañazos se hacen presentes. Son demasiados. Han sigue dormido.

Lárguense de aquí, lárguense de aquí.

Sus golpes empiezan a destruir la madera de la puerta, están por derribarla.

¿Qué es lo que quieren?

—¡Ya déjenme en paz!

ManonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora