Capítulo IV - Ceres Alexa

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Ceres salió del Edificio de Agua Potable. Su chofer la esperaba afuera, sosteniendo la puerta de la limusina eléctrica. Su única responsabilidad era abrir y cerrar puertas, dado que la mayoría de los vehículos utilizados por los magnates se conducían de manera autónoma. Sin embargo, ese servicio aún perduraba, recordando tiempos anteriores a la división mundial.

Una mirada perdida atravesaba el vidrio polarizado del coche. Durante todo el trayecto, recordó los años de matrimonio con Edward. Su mente divagaba mientras su cerebro se saturaba de propagandas que bombardeaban desde los edificios de la ciudad. «Al fin y al cabo, los buenos recuerdos solo duraron los primeros dos años. Después, la felicidad, el amor y, sobre todo, el sexo, fueron decreciendo exponencialmente», pensó con aflicción.

Al llegar al Le Bâtiment Vert, Ceres descendió del vehículo. Su imponente caminar era como el avance de un tanque de guerra entre escombros. La gente, disimuladamente, se apartaba a su paso para no cruzarse con ella. En la puerta, un joven vestido con traje gris y unos zapatos que brillaban como diamantes, fue el único que no se doblegó ante su presencia.

—Hola, hijo mío.

—Hola, madre. —la saludó con tres besos.

Entraron al edificio y cruzaron el vestíbulo. El lugar estaba repleto de verde, honrando su nombre. Las paredes estaban parcialmente cubiertas por plantas trepadoras que dibujaban cientos de formas amorfas; al observarlas detenidamente, podías imaginar siluetas de flores y hojas gigantes.

—¿Cómo te fue? —preguntó Arión mientras entraban al ascensor.

—¡Olvídate de tu padre! ¡Es un desgraciado! —espetó Ceres.

La expresión de Arión se transformó. A pesar de que nunca había tenido una buena relación con su padre, jamás había escuchado a su madre hablar de él de esa manera.

—¡Ejem, ejem! —carraspeó Arión al ver que las puertas se abrían.

Dos mujeres con batas entraron y se posicionaron en el fondo del ascensor, manteniéndose alejadas de Ceres y su hijo. Parecían estar en medio de una discusión previa. Una de ellas tenía un aspecto europeo, era bastante alta, con una cara ancha, nariz aguileña y ojos color miel; su apariencia modificada dejaba mucho que desear, como la mayoría de las mujeres de SIFA luego de cientos cirugías. La otra era considerablemente más baja y presentaba rasgos orientales, probablemente procedente de la exCorea o exJapón. En su rostro se notaban varias cirugías plásticas, y bajo su ajustada bata se delineaba un cuerpo tonificado: parecía que sus nanofits habían realizado un excelente trabajo. No se trataba únicamente de inyectarse bacterias. Se necesitaba seguir una rutina básica para obtener resultados satisfactorios, ya que una vez que los músculos alcanzaban el nivel deseado, era crucial mantenerlos.


—Marie, cuéntame cómo fue creado el agujero negro —preguntó la más joven.

Marie había trabajado en el Laboratorio Central hasta que decidió renunciar debido a que vivía muy lejos y, debido al efecto del agujero, su hijita crecía mucho más rápido que ella. Ahora se dedicaba a investigar sobre hormonas vegetales para acelerar el crecimiento de las plantas.

—¿Otra vez? —replicó Marie con cierto desgano, aunque no tardó en responder a su ayudante. Como buena científica, le encantaba divulgar sobre ciencia una y otra vez—. Hace varios años, realizaron un experimento creando el plasma primitivo.

—Sí. Sí, la famosa "sopa primitiva" —respondió la estudiante.


—No volverás a pedirle ayuda a tu padre —ordenó Ceres.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now