Capítulo XIII - Chess

142 20 3
                                    

La ansiedad por la última pelea en Ciudad Capital lo impulsó a preparar el bolso un día antes del viaje. Emocionado, dedicó un tiempo prudencial en ordenar cada prenda. Lo primero que empacó fue el desgastado pantalón blanco de cábala que vestía en las competencias. Siempre había estado convencido de que sus victorias en la lucha se debían, además de a su destreza, a ciertos objetos que le traían suerte.

Dos golpes resonaron en la puerta principal, enviando un escalofrío por el cuerpo del joven, una sensación que lo invadió de pies a cabeza como señal de alarma. Quizás eran simplemente sus preocupaciones materializándose, pero para él, cada detalle tenía un significado.

Abandonó lo que estaba haciendo y fue directamente hacia la cocina. Un papel reposaba a la vista en el centro de la sala. Parecía haber sido deslizado por debajo de la puerta con la suficiente fuerza como para que terminara lo más alejado posible. La anterior sensación volvió a aparecer, confirmándole con un corazón agitado su presagio.

Chess abrió la puerta, y una brisa cálida ingresó al apartamento, trayendo consigo hojas y abundante polvo que se esparció por los escasos muebles que decoraban el ambiente. Con pasos largos y apurados, se encaminó hacia las escaleras. No encontró a nadie, ni siquiera un rastro. «Nada bueno puede surgir de esto», pensó Chess.

Volvió al apartamento, recogió la nota y comenzó a leerla. A medida que avanzaba, sus ojos se agrandaron. Sintió una corriente eléctrica recorriendo sus músculos. El ritmo de su respiración se aceleró al borde de la apnea; sus manos comenzaron a temblar de furia y los vellos se le erizaron. La nota se le resbaló entre los dedos transpirados y cayó como el vaivén de una pluma.

Fragmentos de concreto volaron en todas direcciones: Chess había desatado una ráfaga de golpes contra la pared del apartamento. Impulsado por la impotencia y el enojo, dejó un hueco del tamaño de un televisor. Uno muy grande. Su cuerpo se desplomó, las rodillas golpearon el suelo y la cabeza quedó sostenida por la pared. Lágrimas de agotamiento se mezclaron con el polvo del piso, transformándolo en un pequeño sendero de barro.

Con un salto se puso de pie y se dirigió al comedor. Destrabó la tabla del suelo y sacó un libro muy pequeño de tapas negras. Miró a su alrededor antes de abrirlo, por pura costumbre, aunque sabía que dentro de aquel espacio nadie podría espiarlo. Aunque nunca estuvo seguro de eso.

Sentado en el suelo, comenzó a leer. Deslizó el dedo página por página, como buscando algo específico. Retrocedió y se detuvo. Apoyó el libro sobre la silla, se arrodilló, juntó las manos y leyó:

—Romanos 12-12: "Alégrense en la esperanza, muestren paciencia en el sufrimiento, perseveren en la oración".

Entonces, dirigió la mirada hacia el techo y rogó en voz alta:

—Sana mi ansiedad, Señor. Dios mío, mira mi nerviosismo, mi inquietud interior, y pacifícame. Señor, calma mi corazón perturbado, derrama en él tu paz divina. No permitas que me invadan las ansiedades y las obsesiones. Amén.

Después de acomodar sus emociones durante al menos diez minutos más, se dijo a sí mismo: «No te preocupes, hermanito». Luego volvió a colocar la tabla para tapar el agujero en el piso. Tomó la Biblia, la envolvió en una tela y la guardó cuidadosamente dentro del bolso, escondiéndola bien. Después, se recostó en la cama y su cuerpo relajado lo llevó al sueño.

No supo cuánto tiempo había dormido cuando se despertó al escuchar, una vez más, un ruido en la puerta principal, pero esta vez no eran golpes: la estaban abriendo. De un salto se levantó de la cama y al llegar a la cocina vio a Titus que había llegado del colegio y sus manos sostenían el papel que había dejado caer unas horas antes.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now