Capítulo XXXIX - Emma Doe

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A Emma le gustaba el orden. Su cama siempre estaba tendida y jamás encontrarían una arruga en sus sábanas. Siempre pedía el mismo corte de cabello y su puntualidad era famosa.

Ella conocía cada regla del orfanato y sabía cómo aprovecharlas para sobrevivir en ese lugar sin ser molestada. No era una mujer que le gustara sociabilizar y sus únicas charlas eran con el reflejo del espejo del baño mientras peinaba su resplandeciente cabello formado de envidiables rizos dorados.

Después de un buen tiempo consiguió una amiga; no era una amiga común, pero era la única compañía que aprendió a valorar. De pequeña fue compartiendo la habitación con varias niñas, pero solo con una logró alcanzar cierta afinidad. Shiori tenía rasgos raciales muy marcados y no se caracterizaba por ser una persona locuaz. Sus padres podrían haber sido del exJapón o la exCorea. Era imposible saber con exactitud ya que todas habían sido arrebatadas de sus madres cuando aún no tenían conciencia.

La vida en el orfanato era siempre igual. Todos los días debían levantarse a las seis de la mañana. Unas se encargaban del desayuno mientras otras se abocaban a la limpieza. Por suerte Shiori y Emma se habían ganado un puesto en la cocina. Aunque agotaba preparar huevos para cientos de huérfanas cada mañana, era preferible a limpiar las letrinas con el estómago vacío. Luego salían para izar la bandera. El respeto hacia el flamear de las cadenas de la libertad era el principal código de conducta del Partido.

Normalmente completaban sus mañanas con varias horas de estudio. Aprendían matemáticas, idiomas, música e historia (una creada por el Partido) hasta que llegaba la hora de almorzar. Al terminar de comer volvían a limpiar y comenzaban las clases físicas en donde, con tiempo y esfuerzo, el Partido iba creando pequeñas y poderosas soldados.

—¡Emma! ¡Ya comienzan las prácticas de tiro! —Shiori la rebasó como una flecha a pesar de la diferencia de tamaño.

Emma corrió intentando alcanzarla, pero sus piernas eran muy cortas aún. Siempre fue la más pequeña en altura y edad. Eso había sido motivo de burlas por varios años. De todas maneras, hacía mucho que nadie se atrevía a molestarla. Emma había forjado su carácter imitando a Shiori. Las niñas más grandes y mucho más altas, solían molestarla por su estatura. Su amiga oriental nunca pudo defenderla, ya que las superiores creían que para fortalecer el carácter de las huérfanas deberían aprender a defenderse por sí solas. Shiori solo podía darle algunos consejos antes de que se acostaran. Cada noche planeaban alguna venganza para terminar con los acosos de sus compañeras. Shiori había tomado cariño por la pequeña Emma. Solía verla como una hermana menor, esa hermana que nunca tuvo, o tal vez sí, pero nunca sabría. A Shiori nunca lamolestaron por su amplia complexión, por lo que no comprendía lo que sentía sucompañera. Medía casi el doble que Emma y con su cuerpo corpulento podríaocupar el espacio de dos jovencitas. Para ser oriental, estaba muy fuera del estándar.

Pacientemente, la joven Emma esperó el momento adecuado. «Debes demostrar tu valor cuando todas las Superiores estén presentes. Preferentemente cuando Agatha esté en su visita diaria», recordó las recomendaciones de Shiori. Agatha era la líder que gobernaba el lugar y se caracterizaba por ser una mujer de grandes dimensiones, amargada y de rostro áspero que utilizaba para imponer respeto a través del miedo. Las jóvenes con temor se corrían de su camino y exhibían el saludo militar. Incluso las superiores le temían.

Un mañana normal las huérfanas se encontraban recitando el himno al Partido con una melodía bastante contagiosa. Era similar a esa música antigua que con oírla una sola vez estabas obligado a silbarla durante todo el día. Ellas, en el orfanato no conocían otras melodías. Luego comenzó la marcha diaria: era un espectáculo la sincronicidad que tenían. Emma, gracias a su altura, se fue escabullendo entre la formación hasta colocarse detrás de Valka, Malenka y Lerka. Esta última era la peor de las tres, la más violenta del orfanato y, lo peor de todo, la líder del grupo. Le gustaba amenazar a las más jovencitas con perforarles el estómago si no acataban sus órdenes o caprichos. Además, no era tonta: siempre molestaba a Emma cuando estaba sin la compañía de su amiga Shiori.

Emma tomó una piedra del suelo, se colocó detrás de Valka y con gran fuerza le golpeó la espalda. De inmediato avanzó un lugar en la fila colocándose detrás de Malenka y, propinándole un golpe de similar potencia, le quebró la rodilla. Por último, en el momento que Lerka giró alertada por los gritos de sus compañeras, recibió un piedrazo en el rostro que le partió la nariz. Antes de que Emma continuara golpeando, vencida por el aumento de adrenalina, fue detenida por las superiores.

Luego de pasar un mes en la sala de castigo volvió al patio con la cabeza en alto, sin mostrar miedo alguno. Pero la verdad era que sí tenía miedo. Temía la venganza. Estaba segura de que no quedaría impune de sus actos.

Durante varias semanas Emma intentó mantener los ojos siempre vigilantes. Nunca se descuidaba y hasta había creado un sistema de alarma casero con un par de latas atadas bajo su catre y una tanza que las movería en caso de que una intrusa se acercara lo suficiente. No era muy eficiente, pero confiaba que le daría tiempo para escapar de un ataque.

No fue así. Una noche Emma despertó con el leve tintineo de las latas. Al abrir los ojos vio una sombra saltando sobre ella sin darle tiempo a moverse. Era Lerka con una sonrisa que destellaba venganza. Cuando quiso defenderse se dio cuenta que tenía las piernas atadas: parecía que se habían anticipado haciéndole un nudo corredizo. Emma quiso llamar a su compañera de cuarto, pero la encontró inmovilizada por Valka y Malenka. O eso creían, ya que ni media docena de huérfanas debiluchas podrían retener a Shiori por mucho tiempo.

Emma estuvo a punto de gritar, pero Lerka que estaba sobre ella le introdujo una media en su boca y luego, desde su cintura, desenfundó un cuchillo.

—Esto es por haberme deformado la nariz, pequeña inservible —le aseguró mientras alzaba el cuchillo con la altura suficiente como para atravesar el delgado colchón en el que Emma moriría.

La joven llevó los brazos a su rostro. Sin poder moverse se entregó a su destino. Sabía que este momento podía llegar, por lo que cerró los ojos esperando que el frío acero desgarrara su cuerpo. No tenía a nadie y no conocía nada más que ese orfanato, por lo que no tuvo miedo y se deseó un buen viaje hacia el más allá, anhelando que si reencarnaba en este mundo pudiera ser una mejor soldado del Partido Libertad. Pero ese pensamiento no se cumpliría, porque justo antes de que le perforaran el corazón Shiori se había librado de sus atacantes y tirando del brazo de Emma la salvó de una muerte segura. El intenso dolor en la clavícula hizo que escupiera la media que tenía en su boca y gritara con todas sus fuerzas. Su hombro estaba destrozado, pero ella seguía viva y con una nueva meta: ser la mejor soldado.



Sophie despertó de un salto. Estaba toda transpirada y su corazón golpeaba tan fuerte como un campanario.

«¿Qué diablos fue eso?», se preguntó agitada y volvió a apoyar su cabeza en el templado vidrio del autotransporte sin poder pegar un ojo en el resto del viaje. Nunca había tenido un sueño como ese, tan real y lleno de color. Su mente confundida y agotada se preguntaba sobre ese evento onírico ¿Por qué se sintió tan conectada con esa jovencita de rizos hechizantes? Y sobre todo... ¿Quién diablos era? 

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now