Capítulo XXXII - Sophie

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Sophie no tenía idea a dónde la llevaban. Le habían colocado unos lentes oscuros que la encandilaban. No podía ver absolutamente nada y percibía el calor sobre los ojos. Sentados a cada lado, dos hombres la escoltaban. Le habían quitado la pulsera plateada y la sensación de vació le parecía extraña. A su costado estaba el joven que la había metido al aeromóvil, y del otro lado su cuerpo se apoyaba sobre un desconocido que no había abierto la boca desde el secuestro.

—¿Dónde me llevan? —Sophie tuvo que tragar saliva debido a los nervios que le dificultaban modular las palabras.

—Tranquila, no te harán daño —dijo el que estaba a su derecha, mientras se acomodaba en el asiento.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Sophie.

—Somos de la ARS —habló otra voz desde el asiento delantero—. Necesitamos hacerle unas preguntas.

—¿La ARS? ¿Rastreadores?

—Sí. No se preocupe.

La respuesta del hombre no había sido muy convincente, Sophie estaba más que preocupada.

—Y si solo querían hacerme unas preguntas, ¿por qué no me las hicieron antes de subirme al vehículo? —le reprochó.

—Señorita, han denunciado el ingreso ilegal de una mujer con sus características.

—Déjenme llamar a Edward Neptuno. Él me conoce.

—Lo sé, él es mi padre —replicó la otra voz.

—¿Tu padre? —Sophie se preocupó aún más. Sin Edward que la pudiese ayudar estaba sin escapatoria, nadie más podría sacarla de esa situación.

Estuvieron andando un buen rato, pero para ella fue mucho más que un rato. Por como su cuerpo se hundía en el respaldo, sabía que habían estado yendo a gran velocidad y que, en consecuencia, ya estaba lejos del único hombre que podría rescatarla.

Luego de viajar un par de horas, el vehículo se detuvo bruscamente.

—Cuidado... —la previno el joven a su lado, que sostuvo la cabeza de Sophie mientras bajaba del aeromóvil, evitando un golpe seguro.

Al tener los ojos tapados sus otros sentidos se agudizaron y sintió cómo el viento cambiaba el ruido al golpear con un obstáculo. Sabía que algo de gran tamaño tenía frente a sus narices. De repente, Sophie se percató del aumento de la temperatura cuando ingresó a lo que creyó que era un edificio: luego lo confirmó al percibir el movimiento del ascensor. Aún tenía las gafas que la encandilaban por lo que la guiaron del brazo todo el trayecto. El olor a café y el parloteo de la gente le delató el lugar que estaba atravesando. De repente, la temperatura volvió a cambiar, esta vez bajando un par de grados. Por el eco generado de sus pasos dedujo que se encontraba en algún tipo de sala vacía. No recordaba haber estado tan asustada en toda su vida. Ni siquiera la vez que la arrestaron en una manifestación contra el Partido Libertad en el que, por suerte, solo la detuvieron unas horas.

La dejaron encerrada y esposada por más de treinta minutos. Sophie se mantuvo quieta en una fría silla donde la acompañaron y la sentaron con cuidado. No se atrevía a mover un músculo por el miedo, el único ruido que se escuchaba era su respiración.

De pronto, la puerta se abrió. Escuchó los pasos de alguien que se acercaban. Cuando le quitaron los lentes, se alegró de que no estaba ciega: no conocía esa tecnología y, seguramente, en el otro lado de la muralla solo le hubieran tapado los ojos con un pedazo de trapo negro. Poco a poco sus pupilas se fueron adaptando al sombrío cubículo: un cuarto frío y pequeño con paredes oscuras, menos la de su derecha que tenía un color diferente. Frente a ella apareció un hombre con rasgos latinos, de rostro delgado, mirada inexpresiva y nariz torcida. Lo más sorprendente era un saco largo de color gris oscuro.

Sophie se sorprendió al darse cuenta de que esa vestimenta era muy similar a la que usaban los rastreadores en su sueño. ¿Cómo era posible? En su vida había visto a esas personas, pero allí estaban, idénticamente vestidos a cómo los imaginó en su evento onírico.

—Soy el agente González, Miguel González ¿Cómo te llamas, jovencita? —preguntó el hombre con un raro acento. Tenía una altura media, estaba bien rasurado y usaba corte de cabello bien corto y prolijo.

—Soy Amanda Collins.

—Me gustaría saber tu verdadero nombre, jovencita —ordenó el agente González.

—Por favor, déjenme hablar con Edward Neptuno —suplicó—. Él resolverá este mal entendido.

—Dígame su nombre —repitió con un gesto de impaciencia.

—Ya le dije, soy Amanda Collins.

—Según los registros Amanda Collins debería tener más de ciento cuarenta años capitales. Y por lo que puedo ver, no llegas ni a los treinta. Ahora por última vez, dime tu verdadero nombre.

Sophie no tenía oportunidad, ya la habían descubierto. Era en vano seguir mintiendo, por lo que bajó la mirada y respondió:

—Sophie Payne.

—¿De dónde vienes? —preguntó el hombre con más calma viendo que la prisionera estaba decidida a hablar.

—De la USEE.

—¿Cómo ingresaste?

—La Mano Negra me metió. —El agente, al escuchar eso lanzó una mirada fugaz a la única pared con un color diferente en el cuarto. Sophie lo notó. Seguramente la estaban observando.

—¿Sabes lo peligroso que es eso? —Sin permitirle responder continuó—: Ninguna mujer que ingresa con la Mano Negra consigue un verdadero trabajo. Terminan como prostitutas, acompañantes de algún bitllonario, o en el peor de los casos, asesinada por algún psicópata con los bits suficiente para saciar sus más grandes perversiones.

—No tenía idea. —Sophie continuó con la vista en la mesa. Se sentía como cuando su padre la regañaba, sin el coraje de mirarlo a los ojos.

—Ha tenido suerte —le aseguró el agente.

—¿Qué sucederá conmigo?

—En estos casos los devolvemos a la USEE.

—¡NO! ¡Por favor! —rogó, y las lágrimas comenzaron a brotar—. El Partido me matará.

—Lo sabemos. —El hombre rascó su barbilla pensando otras opciones—. ¿Dijiste que conocías al Señor Neptuno?

—Sí, se lo ruego... Comuníquense con él.

—Si es cierto lo que dices y si realmente conoces a unos de los magnates, es probable que podamos utilizar su influencia. Mira tranquilízate y déjame ver cómo lo resolvemos. —Se acercó a Sophie y le retiró las esposas.

—Gracias, agente, gracias. —Un rayo de esperanza le devolvió tranquilidad a su agitado corazón.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now