Capítulo IX - Chess

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Una voz femenina resonó en la entrada del cuartel de las FES. "Sin duda es el grandulón de la celda once", respondió el agente a la voz desconocida.

Las celdas se hallaban numeradas en su parte exterior. Al escuchar su número, Chess se levantó del mugriento banco donde estaba sentado. La ansiedad lo impulsó a colocar la oreja entre los barrotes con la esperanza de oír algún detalle más. Estaba convencido de que se habían equivocado de celda. Nadie, y menos aún una mujer, conocía su paradero.

Sus ojos se esforzaban por escapar de las cuencas, ansiosos por ampliar su campo de visión y descubrir quién lo buscaba. La voz femenina resonó de nuevo, más cercana esta vez.

—¡Hola, grandote! —dijo ella, esbozando una sonrisa mientras se acercaba a la celda—. Soy Sophie.

—¡Tú! ¿Cómo has dado conmigo? —preguntó él, sorprendido.

—Un amigo lo averiguó... La verdad es que he venido a pedirte disculpas. Sé que estás aquí por intentar ayudarme.

—No, no es culpa tuya. Es mía, por meterme donde no me llaman —se lamentó el grandulón, con la mirada abatida.

Sophie se sintió aún más culpable. Tragó saliva con dificultad, como si un hueso de pollo se le hubiera atascado en la garganta. La impotencia ante la situación la dejó con un sabor amargo en la boca.

—De todos modos, te agradezco tu ayuda. A propósito, ¿qué fue ese movimiento tan peculiar? —preguntó la joven, buscando un cambio de tema.

—Se trata de un arte marcial ancestral de mi linaje, conocido como Glima. Aunque también combiné algunos elementos de la Capoeira, herencia de los ancestros maternos —respondió él mientras se sentaba de nuevo en el tosco banco de la celda.

—¿Ancestros? —indagó Sophie, con una mezcla de curiosidad y expectación en su voz.

—Sí, mi padre es oriundo de la exNoruega. Era... —se corrigió el muchacho—, y mi madre proviene de la exAmérica, aunque no la he visto desde que era niño.

—¿Qué ocurrió con tu madre...? —comenzó a preguntar la joven, pero al observar la expresión de incredulidad en el rostro de Chess, se disculpó—. Disculpa por todas mis preguntas. No es mi intención ser entrometida. Estás aquí por mi culpa, y encima te hostigo con mi curiosidad innata.

Sin darle mayor importancia al interrogatorio, él continuó su relato:

—Era joven cuando me tuvo, y su belleza era tal que, hasta los ángeles, si es que existen en este mundo, habrían descendido para admirarla. Trabajabacomo científica y un día la convocaron para trabajar en C.C., pero tras cruzar las murallas, jamás volvió a comunicarse con el exterior —«o tal vez no quiso», pensó mientras clavaba la vista en el suelo manchado, exhalando un melancólico suspiro—. Ahora debe ser más joven que yo. Tiempo después, mi padre contrajo matrimonio nuevamente y nació mi hermano. Formaban una hermosa pareja; ella, una joven descendiente de canadienses, trabajaba para el Partido. Era una mujer muy agradable y, sobre todo, llenaba de felicidad a mi padre. Lamentablemente, hace cinco años ambos fallecieron en un accidente. Ahora solo quedamos mi hermano menor y yo.

—Lamento lo de tus padres. Debió ser una vida muy dura... —murmuró Sophie con compasión.

—¿Y tú? —preguntó el grandote, sintiendo que ya había hablado más de lo que solía. Era un hombre de pocas palabras, parco en su hablar y acostumbrado a economizar su lenguaje.

—Mi madre... falleció al darme a luz —murmuró Sophie—. He vivido toda mi vida con mi padre. Él llegó a estas tierras junto a mis abuelos en la época del precalentamiento, poco antes de la construcción de las murallas. Trabajaban en una granja en Argentina y decidieron probar suerte aquí, justo antes de los incendios e inundaciones que devastaron la exAmérica, dejándola infértil y despoblada. Como todos, hemos luchado por sobrevivir en esta desgastada Europa Exterior.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now