Capítulo XXII - Titus

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Titus y Sasha se encontraron en un ambiente tenebroso. Lo que había sido una iglesia en la etapa del precalentamiento, ahora era un edificio en ruinas. Los esqueletos de las butacas donde los feligreses solían sentarse estaban amontonados en un rincón. Cualquier resto de material que generara calorías había sido usado para calentar el ambiente abandonado y sombrío.

Caminaron con cautela. Titus analizaba cada parte de la iglesia. Sin saber por dónde empezar a investigar, se acercó a su amiga y le preguntó desorientado:

—Sasha, ¿qué estamos buscando?

—Todavía no estoy segura... —dijo ella, mientras continuaba revisando minuciosamente cada lugar.

Titus comenzó a dudar si realmente su amiga había descifrado el mensaje.

Siguieron explorando. Comenzaron a buscar detrás de los cuadros que aún se encontraban colgados, con la esperanza de hallar un mecanismo que abriera algún escondite. Luego llegó el turno de revisar las estatuas que a duras penas se mantenían en pie, para luego recorrer cada una de las habitaciones a las que podían ingresar, ya que la mayoría estaba atestada de escombros impidiendo llegar a su interior.

—Donde elevaban su cuerpo... y su sangre... —repetía Sasha con un suave murmullo—. ¡Ya sé! —exclamó emocionada y con un trote rápido se dirigió hasta el sagrario.

Quiso abrirlo, pero los años habían creado una película de óxido que no la dejaba. Buscó algo para usar de palanca. Entre los escombros encontró un hierro viejo y oxidado que posiblemente pertenecía a la cúpula de la iglesia. Lo tomó y regresó para volver a intentarlo.

«Perdóname, Dios mío», imploró, se hizo la señal de la cruz y palanqueó una vez, pero nada sucedió. Al segundo intento la tapa voló por los aires y cayó a centímetros de Titus que se acercaba atraído por los ruidos. Sasha quedó decepcionada al no encontrar nada y, entregada a la desesperación, comenzó a golpear por todos lados hasta agotar sus energías. Pero fue en vano. Invadida por la frustración, se dejó caer apoyando la espalda sobre el altar.

—No te estreses, Sasha. —Titus trató de consolarla con una tierna caricia sobre su cabeza—. Tal vez no estamos en el lugar correcto o quizás, ya ni exista la FFL...

Titus se sentó a su lado para hacerle compañía, pero cuando se quiso acomodar, sin querer apoyó la mano sobre una baldosa triangular. Un ruido metálico comenzó a oírse dentro del altar, parecido a un juego de engranajes que giraban de manera tosca. Un segundo después, una plataforma se abrió a sus espaldas. Ambos cayeron hacia atrás y rodaron por una escalera. Los peldaños eran tan angostos que no permitían que dos personas transitaran a la vez. Cuando pararon de dar tumbos descubrieron que habían quedado trabados a mitad de camino.

—¡Claro! ¡Qué estúpida fui! ¡El altar! Allí solían elevar el cuerpo y la sangre de Cristo en las antiguas celebraciones —dijo Sasha sin importarle la posición en que se encontraban.

—¿Qué tal si nos movemos? —preguntó Titus con ironía mientras intentaba destrabar su brazo aplastado por el cuerpo de su amiga.

Con cuidado lograron levantarse. Sasha acomodó su pie que había quedado trabado con una tabla. No le dolía mucho, pero encontró sangre en su ropa. Revisó dónde tenía la herida, pero descubrió que no se trataba de su sangre. Antes de que la compuerta del altar se cerrara automáticamente, vio que el líquido escurría desde el cuello de su amigo.

—Ven aquí, Titus —dijo preocupada y rasgó la manga de su camisa—. Tengo que cortarte esa hemorragia. —Envolvió el cuello con una vuelta de tela simulando un torniquete, cuidando de no quitarle el aire. A pesar de los escasos e improvisados recursos, resultó: la sangre había dejado de fluir.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now