Capítulo XLVI - Sophie

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—Deberías cuidarte —le advirtió la doctora de la cárcel mientras revisaba los estudios.

—¿De qué? ¿Qué más podría pasarme? No creo que haya algo peor que estar encerrada en este espantoso lugar... —Señaló los barrotes de acero que rodeaban la enfermería.

—Llevas un bebe en tu vientre —le informó la mujer con bata blanca, levantando el informe de la ecografía.

Sophie quedó con la boca abierta. En ese instante comprendió que ese bebé jamás tendría una vida normal.

—¿De cuánto estoy, doctora? —preguntó sin mucho entusiasmo.

—Quince semanas, aproximadamente.

El silencio se apoderó de la habitación.

—Muchas optan por no tenerlo, pero si el Partido se enterara de que lo perdiste a propósito... será tu fin —le advirtió la doctora, escondiendo un matiz amenazante en su comentario.

El Partido cuidaba a estos niños como al agua: serían soldados de cuna perfectos. Sin madre ni padre a quien aferrarse crecían con el adoctrinamiento necesario para cumplir con los deseos de su líder.

—¿Abortarlo? —preguntó Sophie—. ¿Qué culpa tiene este niño?

—En realidad..., es una niña —aseguró la doctora dándole tiempo para que procesara la noticia.

—¿Una niña...? —musitó Sophie, mientras deslizaba su mano por el abdomen.

—De todos modos, no debes preocuparte. Tenemos un ambiente propicio para gestarlo con celdas donde las dos estarán cómodas—afirmó la doctora antes de cruzar el umbral del consultorio.

Sophie volvió a su celda acompañada por dos guardias. Cuando ingresó tomó asiento sobre el delgado colchón de su catre sin decir palabra. Su obesa compañera se encontraba recostada casi desnuda respirando con dificultad. No hacía más que quejarse atribuyéndole la culpa al insoportable calor que hacía allí, pero realmente sabía que la excesiva grasa en su pecho hacía peso contra la pared toráxica, lo que dificultaba a sus pulmones conseguir una respiración profunda y fluida.

—¿Qué te sucede, princesa? —inquirió cuando vio el rostro abrumado de su compañera.

—Nada, Osa. No sucede nada —respondió Sophie malhumorada.

—Princesa... Te conozco hace varios meses. No me trates como una tonta.

Lo que decía Osa era cierto y Sophie había aprendido a escucharla y hacerle caso, ya que ella llevaba más tiempo y comprendía bien cómo manejarse en ese lugar. Además, Osa la conocía bien y fue la única amiga que hizo al ingresar a la prisión de Tazmamart. Sophie se acordaba bien de ese momento y de cómo se espantó al llegar al espeluznante lugar. Ni las historias que se contaban se asimilaban a la realidad.

La primera vez que cruzó las puertas de la prisión la derivaron inmediatamente al sector de mujeres. El lugar era casi la mitad del inmenso pabellón donde se encontraban los prisioneros hombres. Las primeras celdas que cruzó eran tan pequeñas que daban claustrofobia con solo mirarlas. Las paredes de ladrillos estaban cargadas de humedad e incalculables manchas de moho que dificultaban respirar. Apoyarse en los barrotes oxidados, sin duda, significaba contraer el tétanos o alguna enfermedad similar, por lo que todos los prisioneros se mantenían en el centro de la celda para evitar tocar las paredes o las rejas. En ese lugar se encontraban los presos más peligrosos. Por suerte, a Sophie la siguieron escoltando hasta un sector con celdas un poco más agradables y bastante más espaciosas, en comparación de las que había visto. A plena vista se notaba que no eran tan viejas, ni tenía los hierros oxidados ni rastro de moho, aunque la humedad también estaba desgarrando las paredes.

DOS MUNDOS - Black Hole IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora