Capítulo XLIX - Sophie

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Las puertas de su celda se abrieron a media noche. La oscuridad del lugar se vio interrumpida por las luces de unas linternas. Su corazón se sobresaltó: el recuerdo amargo de la pérdida de su hija la embargó. «Nada peor podría pasar» se dijo a sí misma.

—¡Vamos! ¡Arriba!

—¿Qué sucede? —indagó adormilada, aunque más bien entumecida por el delgado cochón en el que dormía.

—¡Calla y camina! —le ordenaron.

La sacaron a los empujones de la celda. Su compañera abrió un ojo y volvió a cerrarlo, haciéndose la dormida. Lamentablemente ya no contaba con la compañía de Osa a quien le habían dado una nueva compañera al día siguiente que llevaron a Sophie a la zona de maternidad.

Dejaron a Sophie encerrada y esposada a una mesa dentro del cuarto que utilizaban para las visitas. A Sophie le pareció raro que la hubiesen arrastrado hasta ahí a esas horas. Pasó gran parte de la siguiente hora esperando que alguien ingresara por la puerta. Realmente ya no le importaba demasiado lo que le sucediera. Su ánimo estaba devastado y su cuerpo le seguía el ritmo. Del aburrimiento comenzó a imaginar cosas: era lo único que podía hacer para mantener la mente ocupada. Anhelaba ver a Edward abrir esa puerta corroída y herrumbrada de la habitación donde se encontraba. Sería una de las pocas cosas que le daría un poco de esperanzas para continuar viviendo. Pero últimamente los deseos en ese lugar no se cumplían. Cuando pensaba que nada más le podía pasar y que ya era hora de ir cuesta arriba, sucedía todo lo contrario y algún otro evento fatídico ocurría. Ya se había acostumbrado, era en vano amargarse más. Nunca saldría de ese horrible lugar. Asesinar a un empleado de la Mano negra estaba por debajo de matar a alguien del Partido. Los negocios estaban arreglados entre ambos bandos y, en la mayoría de las localidades dentro de la USEE, la protección y el cuidado entre ellos era muto.

Luego de otra aburrida hora de espera, finalmente la puerta se abrió. Sophie no quería perder la ilusión, pero sabía que era imposible que el hombre que deseaba tanto cruzara el umbral y la sacara de ese pozo infernal. Y así fue. Su optimismo, su fe y la esperanza se derrumbaban nuevamente por completo al ver que ingresaba un viejo calvo, tan arrugado que las colas de sus cejas llegaban al borde inferior de los párpados, impidiendo ver sus ojos con claridad. El hombre, con gran esfuerzo, se acercó rápidamente a ella.

Sin perder tiempo encandiló el rostro de la joven con una pequeña linterna, la escudriñó en profundidad, como un doctor revisa un paciente, aunque ese hombre no parecía un doctor en lo más mínimo.

—¿Tú eres Amanda Collins? —preguntó con voz ronca, como si hubiera fumado varios atados de cigarrillos en su vida.

—¿Qué? —Sophie ya no recordaba ese nombre. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que lo había oído.

—¿Eres sorda? —carraspeó—. No tengo mucho tiempo, jovencita ¿Te llamas Amanda o no?

Sophie, sorprendida al volver a escuchar ese nombre, asintió con un tímido movimiento de cabeza.

—Sí. Soy Amanda Collins.

El viejo dio la vuelta y con una seña le indicó al guardia al otro lado de la puerta que entrara.

—¡Suéltenla de inmediato! Tienen una residente de SIFA como prisionera.

El guardia se acercó a toda velocidad y le quitó las esposas.

—¡Vamos! —le ordenó el viejo y se dio la vuelta.

Sophie se quedó perpleja. Las piernas le temblaban y no era por miedo, sino que su corazón estaba por explotar de felicidad si todo esto era cierto. Suponía que ese hombre venía a sacarla de allí. Cuando vio desaparecer al viejo tras la puerta, de un salto salió corriendo para alcanzarlo.

—¿En verdad me sacará de aquí? —le preguntó cuando se colocó a su lado.

—Niña... ¿Ves que alguien te esté siguiendo?

—No —respondió luego de mirar atrás al guardia que le había sacado las esposas irse hacia el otro lado.

—Entonces, ¿por qué preguntas? Claro que he venido a sacarte. Me enviaron a buscarte. Tienes suerte.

—¿Por qué?

—¿Tienes idea lo que le debe haber costado al que haya pagado por tu rescatarte?

—¿Edward? —dijo Sophie y se detuvo sin darse cuenta.

—¿Qué haces? —exclamó el viejo sin detener el paso—. No puedo pasar ni un minuto más en esta zona. ¡Apresúrate!

Sophie comenzaba a comprender lo que estaba sucediendo. Este hombre era un viajante temporal. Hacía tiempo había oído hablar de ellos. Eran personas que se dedicaban a viajar hacia zonas donde el tiempo corría muy deprisa. Esta gente cobraba mucho, por lo que la mayoría vivía en la mejor zona de Ciudad Capital. Ahora entendía el apuro de salir de allí. La dicha la había abrumado, pero con un fuerte sacudón de cabeza salió de su estado inanimado y se largó de ese infierno. Para siempre.

DOS MUNDOS - Black Hole IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora