Capítulo XXX - El hijo

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—Buen día, camarada. ¿A qué debo el placer de la visita? —preguntó el magnate levantando el lápiz ótico sobre su holopad.

—Hola, Alex. —Edward acomodó el nudo de su corbata. El ruso notó nerviosismo en ese saludo. Seguramente que si lo hubiese analizado con su Retina de Realidad Aumentada hubiera descubierto las pulsaciones elevadas de Edward, pero no hizo falta para confirmar sus sospechas—. Siempre me ha dado cierto escalofrío esta oficina —le confesó.

Alex con una risita complaciente le respondió:

—Creo que en cierto modo me define. —Y bajó la vista hacia la pantalla nuevamente.

Era una habitación tan oscura como su alma. Había un solo velador iluminando un pequeño sector del ostentoso escritorio. Estaba construido con seis tipos de maderas que ya no existían, como el olmo de carpathian y el ébano. La macabra decoración en las cuatro paredes evidenciaba el funesto gusto de su propietario. Las miradas hacia la habitación de cientos de animales extintos provocaban un sentimiento de vigilancia constante.

—En eso estoy de acuerdo. Este lugar es un retrato de tu esencia. —Edward recorrió la habitación con una mirada de desdén.

—¿Qué necesitas, Edward? —preguntó Alex mientras continuaba escribiendo en su holopad.

—Iré al grano. Necesito contratar a una mujer que trajiste del exterior.

Cuando el ruso oyó que necesitaban algo de él, dejó todo lo que estaba haciendo y se respaldó contra la silla. Entrelazó los dedos de las manos y en su rostro se evidenció un brillo de gloria y de placer a través de su mirada jovial.

—¿De qué mujer estás hablando, camarada? —Y se prendió un puro victorioso.

—Amanda Collins.

Se inclinó y comenzó a buscar en el ordenador holográfico.

—Collins... Collins... Aquí está. Amanda Collins. —Una foto de Sophie apareció en la pantalla—. ¿Te has enamorado, camarada? —rio dejando salir una gran bocanada de humo.

«Minutos antes...»

—¿Qué le dirás? —indagó Sophie preocupada.

—No tengo idea. Es un hombre difícil de tratar, pero para él todo tiene un precio. No te preocupes.

Edward intentó transmitirle confianza con una voz convincente y tomó la mano de Sophie con fuerza.

Pero, justo antes de ingresar al Edificio de Juegos y entretenimiento, Sophie sintió cómo su mano quedaba apresada atrás en un Edward inmóvil, frenado por una sensación que lo venía persiguiendo, una presencia que lo acechaba como una jauría de lobos a punto de atacar a su presa.

—Edy, ¿qué sucede?

Luego de unos segundos, Edward volvió en sí.

—Nada. Debe ser mi imaginación. —Sacudió la cabeza para despejar cualquier idea perturbadora.

Entraron al edificio y subieron hasta al piso 168. Cuando las puertas delascensor se abrieron, entraron a un pasillo tan brillante que resultabadeslumbrante. Sophie se dejó guiar por el hombre que le sostenía del brazo,avanzando sobre una alfombra tan densa que absorbía el sonido de cada paso.

—¿Cuál es el número de tu habitación? —preguntó Edward.

—1689. Al fondo, doblando a la derecha. —Sophie señaló la pared al final del pasillo.

Al llegar a la esquina Sophie vio algo que la espantó. Con un ágil y rápido giro tironeó del brazo de Edward y lo obligó a seguirla nuevamente hacia los elevadores.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now