Capítulo XXXVI - La espía

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La joven ingresó al Castillo Sforzesco vistiendo el uniforme de ceremonia de las Fuerzas de Espionaje Socialista, que por cierto le calzaba ridículamente bien. Estaba decidida a hablar con el líder. Siempre costaba concretar una cita, normalmente le argumentaban que estaba ocupado o que ni siquiera se encontraba allí, pero eran solo excusas. Todo el mundo sabía que Salvador pasaba la mayor parte del tiempo dentro del castillo. Al líder no le gustaba alejarse mucho de su refugio y si debía dar sus discursos tenía una salida directa a la plaza principal en la que se encontraba su monumento, y donde horas antes, había tomado prisionero al joven que aseguraba ser el perpetrador del secuestro de Marcus. La seguridad del castillo estaba incrementada por miedo de un ataque de la FFL. Normalmente siempre rondaban un par de guardias en la entrada principal, pero desde ese día el castillo se encontraba repleto de agentes de las FES, haciendo guardia. Temían que quisieran rescatar al joven recientemente apresado, en caso de que realmente perteneciera a la Resistencia.

Con un rostro hermoso y afilado, la joven caminaba por el frío y extenso pasillo que llevaba a la oficina central. Allí siempre se encontraba el coronel Lunyov, la mano derecha de Salvador, haciendo guardia y rodeado de extravagantes y costosas obras de artes. Sobre su escritorio descansaba una diatreta de cristal con esplendorosos cristales incrustados en la superficie que reflejaban los contados rayos del sol que traspasaban la única y diminuta ventana del lugar. En la pared del fondo, protegidos por unas láminas de vidrio, colgaban unos antiguos papiros que por lo que ella sabía eran los fragmentos del Libro de los muertos. En un rincón, había algo que destacaba: una escultura de mármol de no más de dos metros de alto con una extraña forma similar a un Cristo desnudo cargando a otra persona a sus espaldas. Por más de que ella estuviera orgullosa de pertenecer al Partido, siempre pensó que no era justo que algunos llevaran una vida tan ostentosa cuando, fuera del castillo, millones vivían sin siquiera poder iluminarse por las noches.

—Quiero hablar con Salvador —le ordenó al uniformado.

—Imposible, Zahra. —El coronel dejó de escribir y se puso de pie rodeando a la joven con una mirada libidinosa—. ¿Qué es lo que quieres? El líder está en la sala de interrogatorios.

—Y..., ¿ha dicho algo el prisionero?

—No puedo decir nada..., a menos que... —el coronel deslizó la mano por la mejilla de la joven para luego llevar un mechón solitario por detrás de su oreja.

—Lo que tengo para informar es importante, coronel Lunyov. Necesito hablar con él —dijo Zahra y se alejó del coronel con una mueca de repugnancia.

—¡Está o-cu-pa-do! —expresó el coronel con frustración por el rechazo—. Dímelo a mí y yo se lo comunicaré cuando lo vea.

Zahra pensó por un instante. Debía inventar algo para lograr ingresar y hablar con el testigo, pero Lunyov era un completo imbécil, especialmente con las mujeres. Cada vez que se cruzaban le coqueteaba de la forma más repulsiva. Zahra aseguraba que si no hubiera sido su superior ya tendría su puño marcado en el áspero y adusto rostro. Fuera de todos esos defectos tenía la virtud de ser un estratega y estar completamente dedicado al Partido. Por eso había llegado a coronel con solo veintiséis años.

—He escuchado —comenzó despacio— que a Marcus lo han trasladado a la Gran Resistencia.

—Veo que estás haciendo un buen trabajo como espía —le aseguró—. Si encontramos al hijo del líder, seguro que serás recomendada para la medalla patriótica.

—Gracias —contestó con desinterés—. Además, creo saber dónde está oculto uno de los cuarteles.

—¿En dónde? —preguntó el hombre con entusiasmo.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now