Capítulo XXIX - Ceres

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Bonjour, Hans. Lindo sombrero —admitió y lo saludó con un beso en cada mejilla.

No fue un beso normal. Fue un beso suave y profundo, fue un beso lleno de recuerdos. Por eso para Hans había sido un beso diferente.

—Qué delicia sentirte, querida —afirmó mientras tomaba las manos de Ceres—. Ven, siéntate. Puedes quitarte ese hiyab, nadie nos verá aquí. He desactivado las cámaras de todo el lugar.

Ceres desenredó el pañuelo de su cabeza y lo colocó en sus hombros. Su cabellera oscura cayó por el propio peso de la gravedad. Siempre cargaba un elegante y seductor chal de cachemir sobre sus hombros y, cuando necesitaba esconderse de la sociedad, tapaba su rostro utilizando el antiguo código de vestimenta de las mujeres con tradición islámica.

Se acomodaron en una banqueta. El lugar estaba desolado, era un parque de niños tan abandonado como las iglesias que se encontraban al otro lado del muro. Con cada brisa los columpios se balanceaban como si un fantasma los montara. El tiovivo pedía a gritos que lo girasen para quitar el polvo acumulado y, por último, abandonado en un costado, se encontraba un tobogán tan oxidado que impedía a los niños utilizarlo. Se desprendía una atmósfera deprimente, uno de los pocos escenarios descuidados dentro SIFA y el único tan similar a la mayoría de los lugares de la USEE.

—¿Recuerdas que veníamos aquí a diario? ¡Qué hermosos momentos aquellos! Nuestra única responsabilidad era llegar antes del anochecer a nuestras casas. —Ceres lanzó una risa nostálgica.

Hans asintió con la cabeza sin decir nada y se quedó pensando en esos preciados y lejanos recuerdos.

—Querida mía. Quería preguntarte algo. ¿Estás segura de lo que me has pedido? Te lo pregunta la persona que más lo odia en esta vida... Y en la próxima.

—Sí, creo... —dudó. Lo meditó por un momento y continuó—: Sí, estoy segura. Ese hombre arruinó muchos años de mi vida.

—Hay varias formas de destruirlo.

—¿Qué tienes en mente? —preguntó curiosa.

—Déjamelo a mí. Tengo al candidato ideal. —Hans sonrió y le guiñó un ojo.

—No cambias más, Hans. Siempre tienes que agregar el misterio en todas tus acciones —calló y después dijo—: Entonces lo dejo en tus manos, querido.

Ceres se levantó del banco y, a medida que comenzaba a colocarse el hiyab, se quedó hipnotizada mirando los edificios que se elevaban a lo lejos. Luego de unos segundos preguntó:

—¿Cómo crees que nos hubiera ido juntos? Si mis padres no hubiesen concertado mi matrimonio... —agregó con un tono de voz cargado de melancolía.

Hans se puso de pie, la tomó por la espalda y entrelazó sus brazos con los de ella.

—Hubiera sido hermoso —le susurró al oído y Ceres largó un profundo suspiro desde sus entrañas.

—¡Vamos! ¡Acompáñame!

Hans le tomó la mano de la forma más delicada posible. Tan suave que sus dedos parecían estar a punto de soltarse, solo la fricción entre sus yemas los mantenía unidos. La llevó a su vehículo, un Dodge Challenger del 2025. Era una reliquia que se mantenía en perfectas condiciones y completamente original, pero con unas pequeñas modificaciones bajo su capó que le proveía al motor más de novecientos caballos de fuerza para trasmitir a sus ruedas. Hans abrió la puerta del acompañante y la ayudó a subir.

Manejó al menos por media hora hasta llegar a una cabaña a orillas de un lago artificial en la exquisita zona de Caelus. Al ingresar, desde un inmenso ventanal, se retrataba el hermoso paisaje. Separadas por extensas hectáreas se divisaban las otras viviendas, todas pertenecientes a la alta burguesía, dueños de la mayoría de las empresas dentro de Ciudad Capital. El exagerado costo de vivir allí se debía a que en Caelus los efectos relativistas del agujero habían afectado el clima. Cientos de flores y un clima templado permanente caracterizaba la zona. Por eso la llamaban "la ciudad de la primavera eterna".

—¡Esto es hermoso! ¿Por qué nunca me trajiste aquí antes?

—Estabas casada, Ceres —respondió en seco.

—Tú estás casado —le recordó ella con cierto reproche.

—Lo sé, pero con Lidia tenemos una relación diferente. Ella sabe de este lugar y entiende que es lo único que no podrá compartir conmigo. —Se sentó en el gigantesco colchón que ocupaba gran parte del dormitorio—. Ambos entendimos que si no fuera por este tipo de escapadas nuestra relación se hubiera quebrado hace mucho tiempo. Este lugar es nuestro soma —le aseguró.

Ceres caminó de rodillas desde el otro lado de la cama hacia donde estaba Hans, lo tomó desde la espalda y le recorrió el cuello con besos profundos y lentos haciendo que el magnate se estremeciera por completo. A Hans se le erizaron los vellos de todo el cuerpo, movió la cabeza para darle más superficie a los deliciosos labios de Ceres y lanzó un suave jadeo de excitación.

Ceres, con parsimonia y sin soltarle el cuello, le desbrochó los botones de la camisa, uno por uno. Deslizó las manos entre la ropa y con sus afiladas uñas les rasguñó los pectorales. Eso le pareció extraño a Hans, pero lo excitó aún más.

—Pues, si quieres jugar de esa manera... ¡Ven aquí! —Hans la arrojó con rudeza sobre la cama siguiéndole el juego y le arrancó el vestido haciendo saltar los botones por el aire.

Ceres le echó una mirada reprobadora, pero con una sonrisa lasciva demostró poco interés por la prenda dañada y lo mucho que disfrutaba de ese atrevido e inesperado jugueteo que estaban comenzado.

Hans la tomó de las muñecas y la inmovilizó. Aunque ella podría soltarse le siguió el juego. Le lamió el cuello de abajo hacia arriba y luego en dirección contraria. Ceres empezó a tensarse y sentía cómo sus partes bajas entraban en calor. Los roces apasionados se transformaron en besos ardientes, tanto que llegaron al límite de mordidas que produjeron que ella arqueara su cuerpo cada vez más. Hans tomó un pedazo de tela y le hizo un nudo en cada muñeca para dejarla atada a los barrales de la cama. Ceres ahora sí no podría escaparse. Se sintió rara ya que nunca había llegado a estos extremos en el juego del sexo. Y, como todo inicio generador de dudas y desconfianza, decidió no hacer caso de los tabúes, y se dejó llevar por el placer que sentía. Intentó relajarse y que Hans se encargara de todo lo que estaba por suceder.

Una hora después todo había terminado. El placer y la imaginación recorrieron las paredes del cuarto. Recostados sobre las sábanas transpiradas descansaban los dos cuerpos lánguidos. Hans dormía mientras ella pensaba. Una corriente de especulaciones e introspecciones cruzaban por su cabeza, pero no retuvo ninguna, solo las dejó ir como nubes que se dispersan en un día soleado. Ceres lo miró dormir, recordó cuando solo eran niños y acostumbraban a descansar debajo de cualquier árbol que diera un poco de sombra, totalmente despreocupados.

Hans se despertó cuando Ceres quiso acomodarle un cabello rebelde.

—Hola —dijo con sorna mientras trataba de abrir los ojos.

—Al fin despiertas... —Ceres rio al verlo tan satisfecho—. Debería volver a casa.

—Claro, querida. Déjame vestirme.

Al verlo desnudo e iluminado por los rayos de luz que ingresaban desde la ventana, pudo observar las marcas que había dejado en su cuerpo. Hans tenía la espalda marcada por sus filosas uñas. Inmediatamente revisó su cuerpo, pero solo encontró unas pequeñas marcas coloradas en sus nalgas, lo que le hizo largar una pequeña y vergonzosa sonrisa.

—¿Volveremos a encontrarnos aquí? —preguntó Ceres.

—Por supuesto que sí —le aseguró él.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now