Capítulo XXV - Sasha

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Sus ojos perdidos miraban de un lado a otro lado recorriendo la habitación y forzando su memoria para comprender en dónde se encontraba. Desorientada, quiso mover los brazos y notó que algo se lo impedía. Estaba sentada con las manos y pies atados a una silla. Haciendo un gran esfuerzo giró la cabeza lo que más pudo y sintió un agudo dolor en el cráneo. El golpe recibido había sido fuerte. Encontró a Titus a sus espaldas. También estaba atado y, además, continuaba inconsciente.

—Titus... ¡Titus! —chilló Sasha.

Los ruidos alertaron a los hombres que comían en la sala principal.

—Bueno. Bueno. Bueno... —repitió el hombre calvo que se levantaba de la mesa con pereza—. Parece que la bella durmiente ha despertado.

—Ayude a mi amigo, por favor —rogó Sasha—. Tiene una grave herida en el cuello.

—Realmente no me interesa lo que le pase a tu amigo. Quiero saber cómo es que nos encontraron.

El Magister, que aún seguía comiendo, con parsimonia acomodó los cubiertos, se levantó con calma y, con paso sereno, se acercó a los prisioneros.

—¡Frater Primus, revise al prisionero! —ordenó cuando se detenía en la puerta de la habitación.

—Pero... —La mirada fulminante del hombre lo obligó a callarse—. Sí, Magister. De inmediato.

El Frater Primus retiró sin cuidado la tela que envolvía el cuello de Titus.

—¿Es una broma? Aquí no hay nada: ni sangre, ni herida, ni cicatriz —dijo el calvo cabreado.

—No puede ser —aseguró Sasha y, señalando el trapo manchado de rojo, dijo—: Tan solo observe el trapo.

El Magister se acercó a la muchacha y le aflojó un poco las cuerdas que le ataban las manos. El alivio en las muñecas de la joven se vio reflejado en su rostro. El Frater Primus lo miró incrédulo, pero no se atrevió a decir nada, ya que por lo menos las cuerdas la mantenían inmóvil.

—¿Cómo es tu nombre, niña? —le preguntó con voz apacible. Parecía ser un hombre paciente, pero la joven temía que esa virtud cambiara luego de que obtuviera las respuestas que estaba buscando.

—Sasha.

—¿Cómo llegaste aquí? —indagó inmediatamente.

La joven no sabía qué decir. Si decía la verdad y estos eran hombres del Partido, cosa que dudaba, los matarían allí mismo. Y, si no, posiblemente tendrían el mismo destino en cuanto se enterasen de que conocían la ubicación del hijo de Salvador.

—Te aconsejo que hables y digas la verdad, niñita, si no... —agregó el Frater Primus.

En ese momento la voz ronca de Titus interrumpió resonando débilmente en la habitación.

—Ella no tiene idea. ¡Déjenla en paz! —Trató de acomodarse, pero sus ataduras se lo impidieron.

—¡Tú cállate! —El hombre calvo levantó la mano para abofetearlo.

—¡Quieto! —El grito del Magister detuvo el golpe—. Ve a ordenar el salón, Frater Primus —le ordenó utilizando una voz serena.

—¡Como ordene, Magister! —El hombre avergonzado e irritado salió de la habitación farfullando.

Titus levantó la mirada con esfuerzo, todavía le dolía la cabeza del golpe. El Magister comenzó a caminar dando vueltas en círculos alrededor de los prisioneros mientras acariciaba su mentón.

—¿Quiénes son ustedes? —preguntó Titus con voz estrangulada.

—Creo que no estás en posición de interrogarnos, jovencito.

DOS MUNDOS - Black Hole IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora