Capítulo XVIII - Edward

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Edward se colocó el típico traje gris de corte italiano que le gustaba tanto, mientras los sirvientes le realzaban los rasgos con un poco de maquillaje. Ninguno de estos hombres abandonaba el edificio sin estar en excelentes condiciones y sobre todo él, que se destacaba por su inmaculada presencia. Desde su neckcall llamó para que le trajeran la limusina.

Al llegar a Le Voyage fue directo a buscar a Alexander. La ansiedad y los nervios le cerraron el estómago. Por más de ser un hombre respetado y sentirse con cierta superioridad, conocer una nueva fémina no era algo que hacía todos los días. A pesar del gran poder que lo caracterizaba seguía siendo humano, sobre todo, cuando se trataba de conquistar a una nueva mujer.

A Ceres la había conocido durante la adolescencia, eran niños nacidos en cunas de oro. Normalmente siempre los acompañaba el pequeño Hans Lovis, un buen compañero y quien completaba el trío: se hacían llamar los tres mosqueteros. Hans trataba de seguirlos en todas las aventuras, aunque le costaba mantener el ritmo de unos muchachos que tenían todo al alcance de su muñeca. Solo debían mostrar la pulsera dorada cargada de bits, y así obtener lo que quisieran. Pero esto no era problema para Hans ya que Ceres siempre pagaba por él. Lo quería y lo trataba como a un hermano. A veces sentía un cariño especial: Hans siempre la vio con una mirada distinta, una mirada encantada, una mirada amorosa, pero nunca se animó a expresarlo. En cambio, con Edward eran buenos amigos, pero siempre hubo una tensión desconocida e invisible entre ellos que crecía constantemente sin que lo notaran. Esa amistad duró hasta el día que Hans le declaró su amor a Ceres, acompañado de un costoso collar de plata. Había transferido todos sus ahorros para conseguirlo, gastando hasta el último bit almacenado en su pulsera plateada. Trabajó un año entero en una tienda de armas para poder pagarlo, allí fue donde aprendió todo sobre esas bellezas mortales que tanto disfrutaba desarmar, limpiar y volver a armar. Cuando el joven Edward vio esto, una nueva y desconocida sensación recorrió su cuerpo: la envidia. Hasta ese entonces, jamás había mirado a su compañera de juegos con un deseo de pertenencia. Y, como niño caprichoso que le quitan su único juguete, fue directo a hablar con sus padres, logrando que ambas familias concertaran un matrimonio entre Edward y la inocente Ceres. Desde allí Hans conoció el odio. El odio hacia una persona que solía llamar «amigo».


El ruso lo hizo esperar, por lo que Edward se sentó en la zona VIP. Se bebió un Capital City que, realmente era idéntico a un Manhattan, como lo llamaban en la época del precalentamiento, con la única diferencia que le habían cambiado la cereza que llevaba por una fruta nacida en los laboratorios en el Gusano Verde. La llamaban Ceruela, era una mezcla entre una cereza y una ciruela con sabor salado para ser utilizada únicamente en estos cócteles.

—¡Camarada! Siento la espera —una voz ronca y una sacudida en la espalda lo sorprendieron desde atrás.

—Alex... —exhaló Edward mientras se limpiaba un par de gotas que habían caído de su copa manchando su lujoso traje gris.

—No te asustes, Edy —que lo llamara así lo enfadaba bastante más que el horrible "camarada".

—Casi rompo la copa.

—Tengo miles. ¡Rómpela! —Se pavoneó con cierto tono de amenaza.

Un silencio incómodo entre ellos levantó la tensión por un segundo hasta que Alex largó la carcajada y le dio un fuerte abrazo. Edward, sin siquiera sonreír, le dijo:

—¿Sabes para qué vengo, "camarada" Alexander? —Un poco de adulación no venía mal en ese momento.

—Claro. Claro... Sígueme... Te llevaré a ver lo prometido. —Alex corrió a un par de mujeres que estaban en la fila VIP para pasar mientras se prendía un puro—. ¿Quieres? —le ofreció.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now