Capítulo XI - Edward

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Luego de dos tonos de espera la secretaria atendió el neckcall.

—Buenos días. Oficina de Juegos y Entretenimientos. ¿En qué puedo ayudarle?

—Con Alexander Mars, por favor. Soy Edward Neptuno.

—Aguarde un momento, señor Neptuno.

Los sonidos de fondo mostraban un ambiente cargado de vicios y excesos que contaminaban ese lugar.

—Edy, camarada, ¿en qué puedo ayudarte?

A diferencia de Edward, Alexander siempre presuntuoso, rodeado de lujos ostentosos: mujeres, alcohol, drogas y una ingente cantidad de bits. Sin embargo, su única ambición era el poder.

—Hola, Alex —saludó Edward—. He estado pensando. Me gustaría que me consigas esa mujer especial que me mencionaste el otro día.

—Perfecto. —Alex sonrió, y su semblante mostró satisfacción—. Acércate al casino esta noche. Esta noche me llegan algunas y podrás elegir la que más te guste.

—Y en cuanto a la otra oferta... —Edward tomó un instante para calibrar sus palabras. Todo favor que se le pedía al ruso tenía sus consecuencias. El que no podía pagarle terminaba devolviendo más bits de los que podría ganar en toda su vida, aunque eso no era problema para Edward. En su caso, seguramente Alex se lo cobraría de otra manera—. Me gustaría probarla.

—¡Excelente, camarada!, aunque eso tiene otro precio —contestó Alex con voz áspera.

—Como te dije antes, los bits no son problema —aseguró Edward.

—Sabes que no necesito tus bits —replicó el ruso con una sonrisa sardónica—. Nos vemos esta noche, camarada.

La llamada desde el otro lado se había cortado. La luz en el cuello de Edward continuaba titilando. El magnate se quedó procesando en qué tipo de aguas turbias se había metido. En la ciudad se murmuraba que, a veces, era mejor no mancharse con los sucios negocios de Mars. El sentido común le advertía seguir con cautela. Edward se tocó el cuello y finalizó la llamada, con una mezcla de aprensión y determinación en su mirada.

Luego se dio un baño de agua helada. Le gustaba sentir cómo se le congelaban los huesos. Era una de las pequeñas cosas que lo hacía sentir vivo. Secó su cuerpo: no era robusto, pero estaba bien marcado para su edad. Se colocó el traje de holosimulación: el holotraje, en el cuerpo aún húmedo. Lo enlazó a la pulsera y se recostó. Al cabo de unos instantes sus brazos comenzaron a elevarse acariciando el aire sensualmente. Su pecho se infló y arqueó su cuello, seguido por un movimiento erótico de pelvis al compás de delicados suspiros que aumentaban a cada segundo. Estiró sus brazos hasta sus cuádriceps y apretó con fuerza el vacío, dejando los dedos como garfios. Muy lentamente, unas pulsaciones llegaron a su entrepierna... Cuando no aguantó más, sus ojos se tornaron blancos de placer y la imagen de la voluptuosa fémina se disipó de su retina. Había alcanzado el clímax. Removió el recipiente donde había derramado su semen y, luego se quitó el holotraje. Satisfecho, pero con la habitual sensación de monotonía, se duchó y abandonó la habitación. «Es hora de hacer algo más productivo», pensó.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now