Capítulo I - Sophie Payne

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—Papá, ¿cómo te sientes? —preguntó Sophie. 

El viejo levantó un manojo de fotos de una mesita de noche desgastada por el tiempo. Miró a la joven y la fue comparando con las fotografías mientras descartaba una por una como si fuese una partida de póquer. Cuando la imagen se igualó con la realidad, cotejó con detenimiento y leyó la palabra hija en el reverso:

—Hola, mi niña. Estoy bien, pero..., ¿en qué día estamos? —preguntó con cierta vergüenza.

—35 de febrero, papá.

—Ah... Pero..., ¿qué año?

—Año 2215.

—Ah, claro...

La enfermedad del anciano hacía que su mente se perdiera en ocasiones y empeoraba con el paso de los días. No tenía cura, pero había ciertos medicamentos que lo ayudaban a retrasar el deterioro mental, aunque solo se conseguían en los mercados de trueque, y no era fácil ni barato.

—Papá, te dejaré con Yvonne. Ella se encargará de cuidarte por un momento mientras regreso de la planta de extracción.

—Bueno, hija mía. ¿Buscarás agua?

El padre de Sophie tenía momentos de lucidez donde realizaba cálculos matemáticos complejos o recordaba historias de su juventud, pero en otros momentos olvidaba incluso la cara de su única hija.

—Sí, papá. No te preocupes —contestó Sophie con una sonrisa disfrazada.

Tomó el impermeable plateado del perchero, aseguró el puñal heredado por su progenitor en su cinturón. Luego, se aproximó a su amiga y le habló mientras le tomaba las manos:

—Yvonne, gracias por cuidarlo. Hace días lo veo más desorientado de lo normal y temo dejarlo solo. Te prometo que no demoraré mucho. —Su cara mostraba el sincero agradecimiento hacia su vecina.

—No te preocupes. Yo me encargo. ¿No es cierto, señor Payne? —le dijo al padre de Sophie acercándose al oído.

—Mmm... —rezongó este, mientras, con esfuerzo, se levantaba para saludar a su hija.

Yvonne destrabó su pulsera con mucho cuidado y se la entregó a Sophie.

—No te olvides de registrarme, por favor —le dijo en voz baja para que las paredes no la oyeran.

—¡Qué! —exclamó Sophie, sorprendida al ver la pulsera fuera de la muñeca de su amiga.

—Es un secretito, querida amiga. No se lo cuentes a nadie.

—Te lo prometo, Yvonne —le aseguró mientras saludaba a su padre con un beso en la mejilla —. Pasaré tu pulsera por el escáner y buscaré tu ración, pero no vayas a salir. Ya sabes qué pasaría si...

—Sí, lo sé —interrumpió—. Gracias por recibir un pinchazo adicional —Yvonne alzó una de las comisuras de su boca antes de que su amiga abriera la puerta para marcharse.

—Gracias por cuidarlo —respondió señalando a su padre con la mirada.

Mientras salía del apartamento, los músculos de la cara le forzaron a dibujar una sonrisa en su rostro. Una vez fuera, al cerrar la puerta, esa mueca se desvaneció por completo.

Gabriel Payne se había quedado sumido en sus pensamientos. Por más que quisiera ocultarlo, comprendía que la parca estaba cada vez más cerca y venía pisándole los talones. Eran pensamientos que lo atormentaba, exacerbados por el encierro en el reducido apartamento. Y eso era algo que lo mantenía deprimido. Ya no era el joven de mente hábil y cuerpo ágil que solía ser.

DOS MUNDOS - Black Hole IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora