Capítulo XXXIV - Sasha

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Cuando salió de la planta de extracción decidió cruzar la plaza principal.

—¿Qué sucede aquí? —se preguntó al ver el lugar colmado de personas.

Comenzó a deslizarse como una serpiente entre las personas. Quiso mirar por sobre la gente, pero su altura no le favorecía. Mientras se adentraba en la multitud le costaba avanzar cada vez más. Cuando vio a Salvador subiendo a una tarima adornada con montones de banderas del Partido no se sorprendió. Siempre usaban el mismo escenario y los mismos colores hipnóticos. Había tanto rojo que molestaba mirar.

Salvador lucía un impecable traje militar, cuyos botones parecían a punto de ceder ante la tensión. Una imponente espada pendía de su cintura, mientras que un conjunto de medallas adornaba su robusto pecho. Nunca pronunciaba un discurso sin estar acompañado por una escolta compuesta por una decena de soldados.

Sasha se acercó al escenario lo más posible. En las primeras hileras estaban los dichosos que habían logrado llegar primero masticando un pedazo de pan. Otros bebían algún tipo de destilado barato, sin sabor y con una elevada graduación alcohólica que dejaba a los bebedores con la cara larga luego de cada sorbo. Era tan amargo que el Partido solo lo usaría para avivar las llamas de las chimeneas.

Luego de treinta tediosos minutos, Salvador el Grande continuaba con sus aburridos sermones. Recitaba lo mismo una y otra vez cada vez que subía al escenario. Solía comenzar con algunos números que nadie entendía sobre el crecimiento económico. Luego continuaba explicando los beneficios de las plantas de extracción y el cuidado de la población de enfermedades que habían aparecido con la creación del agujero negro. Aseguraba que con cada extracción tenían controlado cualquier brote inesperado evitando cualquier propagación como había pasado a lo largo de la historia. Y finalizaba con una serie de promesas que posiblemente jamás cumpliría.

Lo extraño fue cuando comenzó a hablar de Marcus, su hijo. Por seguridad jamás lo nombraba y fue algo fuera de lo común en su discurso. Si había llegado a esta situación significaba que estaba desesperado. Salvador afirmó que recompensaría y designaría como "Héroe de Estado" a quien proporcionara información precisa sobre el paradero de su hijo, además de ofrecer ciertos beneficios económicos, entre los que seguramente se incluirían varios litros de esa desagradable bebida. Algunas personas se agitaron al escuchar esto, mientras que otros eran escépticos. Sin embargo, para muchos de los presentes, el obtener ese "premio" no sería un problema.

Pero su acto impulsivo resultó ser una estrategia poco inteligente. La multitud comenzó a ulular como lobos hambrientos, vociferando y asegurando haber avistado a Marcus.

«¡Lo vi en la casa de mi vecino!», aseguro una mujer que cargaba un bebe casi desnudo. «¡Cruzó la muralla y tenía las manos atadas!», gritó un viejo. «¡Lo vi con mis propios ojos!».

Ahora todo el mundo conocía la identidad de Marcus. Sasha pensó en la recompensa por un segundo y se imaginó satisfaciendo cada una de sus necesidades y deseos. La codicia recorrió su cuerpo, pero luego recordó que Marcus había sido trasladado a la Gran Resistencia, y nadie sabía la ubicación. Los chillidos de la gente eran tan abrumadores que decidió largarse de allí. De pronto alguien del público habló y los gritos de las personas se fueron apagando concéntricamente hacia ese hombre quien volvió a repetir las palabras que lo condenarían.

—¡Yo tengo a tu hijo! ¡Soy de la Resistencia y esta es la marca que lo prueba! Quitándose la camisa mostró la marca de fuego en su corazón: la cicatriz de una cruz patada se reprodujo en la retina de cada uno de los presentes.

Sasha con solo oírlo supo inmediatamente de quién se trataba. Reconoció la voz con gran temor. ¡Titus y su estúpido plan! Los militares no tardaron en rodearlo y al cabo de un segundo una decena de ametralladoras y fusiles apuntaban hacia el joven.

—¡Titus! ¡Titus! —chilló Sasha con todas sus fuerzas mientras empujaba a la gente logrando acercarse.

—¡Lárgate de aquí, asquerosa rata! —bramó uno de los militares y con un empujón dejó a Sasha tendida en el piso áspero a metros de su amigo.

—¡Maldito cobarde! —exclamó Titus, golpeando con el codo las costillas del uniformado. Inmediatamente el culatazo de un fusil en el centro de su cráneo lo dejó atontado. Los militares lo esposaron aprovechando el momento de inconciencia.

Mientras se lo llevaban a rastras, Titus, con mucho esfuerzo, giró su cabeza y guiñando su ojo le aseguró a Sasha que estaría bien. Pero ella sabía que no sería así: Titus no saldría vivo de esta.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now