Capítulo XXI - El Vikingo

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La cortina que lo separaba de la entrada al ring flameaba frente a él lista para abrirse e iniciar la última pelea. Desde el otro lado se escuchaba al público eufórico. Con una respiración lenta y profunda, Chess intentaba amortiguar el canto de sus tripas causado por los nervios. Se definía la posibilidad de un comienzo y de una ¨mejor vida¨. Una vida de lujos y el reconocimiento de gente destacada, ofreciendo al próximo campeón nuevas oportunidades dentro de Ciudad Capital.

La tela se abrió con los primeros acordes de un tema clásico. Se trataba de una pieza previa al calentamiento global, música vieja que la mayoría de los jóvenes no conocían. Con la mirada hacia el piso ingresó el Vikingo cargado de adrenalina al ritmo de Eye of the Tiger.

Al subir al ring estiró las articulaciones, entrando en calor. Giraba su cabeza de un lado hacia el otro relajando los músculos de su cuello, y fue en ese movimiento cuando vio algo que lo distrajo. Su cabeza voló por un instante, pensó que era solo una alucinación. Una exquisita figura bajaba por las escalinatas del estadio cubierta de un vestido turquesa. Sus sentidos le decían que era ella, pero las luces y la distancia no le permitieron distinguir el rostro de esa mujer hasta que se ubicó en la butaca de la primera fila.

«¿Es ella?», se preguntó desconcertado. El Vikingo se acercó a la joven sin importarle que, desde el otro rincón, ingresaba su contrincante.

—¿Sophie? —preguntó el luchador. Los ojos de la muchacha se abrieron como dos platos y su cuerpo se tensó como la cuerda de un arco al oír que la llamaban por su nombre real. La atención de la mitad del público se concentraba en Chess y la otra mitad apuntaba la mirada hacia su contrincante, quien debido al descomunal tamaño de sus músculos parecía una montaña. Por algo lo apodaban "Everest".

—Hola, Chess, ¿o debería decirte Vikingo? —Sophie esbozó una sonrisa sarcástica.

—Prefiero que me llames Chess —y le guiñó un ojo—. Pero..., ¿qué haces aquí?

Sophie evitó responder y exclamó:

—¡Por Dios, Chess! ¡Tu adversario es enorme! —Por detrás del Vikingo, sin mucho esfuerzo, ella había distinguido a Everest quien saludaba al público y lucía con orgullo su desmedida musculatura. Parecía una máquina bien engrasada, entrenada para el propósito específico de aniquilar a quien se le cruzara.

Un Edward impulsivo y celoso se entrometió en la conversación con cierta educación. Parecía un león que luchaba por su manada. Ningún hombre coquetearía a su cita, y menos en sus narices.

—Ten cuidado, muchacho. Eres el favorito y muchos han apostado grandes cantidades de bits por ti. No querrán que te distraigas. —La indirecta sutil hizo que Chess saludara a Sophie con un «espero volver a verte». Ella le deseó suerte y él volvió al ring.


Comenzaron a dar vueltas en círculos. Chess parecía bailar con cada paso de Capoeira, mientras que el gigante generaba, en cada una de sus pisadas, una pequeña vibración que se expandía por toda la zona de lucha.

Chess largó el primer golpe y acertó en el pecho del grandulón. Era imposible llegar hasta su rostro. Inmediatamente Everest intentó agarrarlo, pero el Vikingo lo esquivó. Chess pensó que debía mantenerse bien alejado de esos brazos que se asemejaban a unas gigantescas pinzas, con la suficiente fuerza para doblar a cualquiera como a un alambre. Un descuido podría ser el final de la batalla. Entonces, el Vikingo comenzó a golpear y a esquivar combinando las técnicas de Glima y de Capoeira. Chess se dio cuenta de que los golpes que entraban al cuerpo del grandulón eran como picaduras de mosquitos en la dura piel de un rinoceronte. Entendió que tendría que encontrar algún punto débil si quería ganar.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now