Capítulo XXXVII - Chess

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Chess en solo dos días capitales había ido y vuelto, evitando ausentarse por mucho tiempo de su nuevo puesto de trabajo. Por más que hubiese querido esperar a Titus y contarle todo lo sucedido, hubiera sido muy sospechoso. No quería permanecer mucho tiempo dentro de la USEE.

Al llegar, observó a Frink acercándose a toda velocidad para contarle las nuevas noticias.

—¡Chess! ¿Dónde andabas? ¡E-e-es t-t-u hermano! —mientras más nervioso se ponía, más tartamudo era, pero con gran esfuerzo continuó—: Titus Ulberg. Pude j-jaquear la pulsera. D-dicen que es d-de la Resistencia.

Chess abrió los ojos al escuchar el nombre de su hermano, pero no entendió nada y menos con el tartamudeo insufrible del profesor Frink.

—¡Ven! —Chess tomó a Frink del hombro y lo llevó al área de descanso, lejos de las miradas de los curiosos. Le sirvió un café e intentó sosegarlo. Era esencial hacerlo hablar pausadamente. Por fortuna después de un rato pudo entenderle.

Frink había logrado jaquear la pulsera del prisionero arrestado en la plaza de principal y Chess acababa de enterarse que su hermano menor pertenecía a la Resistencia. Y lo peor de todo era que ahora estaba en manos del Partido.

Chess no supo cómo digerir la noticia. Por un lado, se sentía orgulloso de que Titus siguiera los pasos de su padre, pero entendía que su pequeño hermano estaba en grave peligro, ya que el Partido no tendría compasión con un traidor. Sabía que debía hacer algo por él, pero no supo cómo ayudarlo.

Fue el turno de Chess de tomar asiento y analizar la situación con calma y determinación. Frink se levantó de la silla y ofreció un café a Chess.

—Necesitaré algo más que un café —aseguró.

Frink, titubeante y nervioso, depositó la taza a un costado y se acercó a su jefe.

—S-se-señor, tengo otra noticia, que se-seguro le interesará —dijo con algo temeroso.

Chess, sin levantar la mirada y asintiendo con un movimiento de cabeza lo obligó a continuar:

—Creo q-q-que encontré a la mujer q-que buscaba el otro día.

—¿Qué mujer? —preguntó confundido, aunque sabía a quién se refería. Nunca imaginó que lo había descubierto cuando seguía a su madre a través de las cámaras.

—L-Lo-Lo siento... —A Frink no le salían las palabras.

Chess se dio cuenta de que el joven solo quería ayudar, era un buen muchacho y no encontraba maldad en él.

—Lo siento, Frink. No pensé que me habías visto revisando las cámaras.

—No se preocupe. S-s-soy una tumba. No diré nada. S-se lo p-prometo. —Y simuló un cierre sobre sus labios.

—Lo sé, amigo. Lo sé. Puedo confiar en ti.

Al escuchar la palabra "amigo", a Frink se le humedecieron los ojos. Nadie lo había llamado así. Chess lo notó y continuó sin mostrar emoción:

—Ahora, dime. ¿Dónde está esa mujer? —preguntó con ansia.

—S-s-si se apresura p-podrá encontrarla en el café de la calle He-He-Heisenberg.

—Gracias, amigo —dijo y de un salto se puso de pie—. En serio, puedes contar conmigo para lo que necesites, Frink. Y por favor, ni una palabra de esto. ¡A nadie!

—P-por supuesto que no, jefe. Y..., e-e-espero que haya encontrado lo que buscaba en la oficina. —Chess lo miró incrédulo—. La p-próxima tenga m-más cuidado o podrán descubrirlo. —Frink lo tranquilizó con un guiño amistoso.

—Tu fuiste el que... —Frink le confirmó que él había ayudado a Chess en aquel momento—. Gracias, Frink.

—De n-nada, jefe.

—Una cosa más. ¿Qué sabes de una puerta llamada ISCO?

—N-ni idea, jefe.

Chess hizo un gesto de agradecimiento y partió apresuradamente.

Fue zigzagueando como una víbora para esquivar a las personas que paseaban distraídas mirando vidrieras. Tomó un atajo por un callejón y atravesó una acera menos transitada. No podía perder esa oportunidad. Necesitaba llegar antes de que su madre se escabullera como solía hacerlo.

Llegó al café sin aliento. Tomó varias bocanadas de aire intentado recuperarse de la carrera que había corrido contra él mismo. Examinó las mesas ubicadas al aire libre, sin embargo, no la encontró allí. Entró a la cafetería y alzó la mirada para obtener una visión más amplia, pero no logró divisar la cabellera de tono cobrizo que estaba buscando. Sin perder las esperanzas recorrió todo el lugar, mesa por mesa. Sentía que esta vez sí la hallaría. Además, Frink la había visto hacía minutos atrás. No podía perderla. Era imposible que se hubiera ido. El lugar era enorme por lo que volvió a recorrerlo. Pero la esperanza con la que llegó comenzó a desvanecerse en esa última vuelta. Al parecer la había perdido nuevamente, al parecer su madre ya no estaba allí.

Se dejó caer bruscamente en la silla de una mesa desocupada. Sobre esta reposaba una taza tibia de café junto a un vaso de agua a medio terminar. Chess se quedó mirando las figuras amorfas del imperceptible vapor que aún ascendía desde el negruzco líquido. Su mirada melancólica se transformó en un movimiento cargado de ira y golpeó con su puño la mesa. Unas gotas de café saltaron desparramándose sobre la mesa. La gente cercana se calló y miró al solitario hombre por unos segundos. Chess lo notó, pero no levantó la vista.

—Estás en mi lugar —dijo una voz femenina por detrás.

—Lo siento... —soltó Chess y se levantó sin quitar sus ojos del café derramado.

—Yo lo siento, meu filho —dijo la voz.

Una lágrima comenzó a derramarse desde el rostro paralizado del Vikingo. Algunas cayeron sobre el café generando una onda que desaparecía en las paredes internas de la taza.

Chess se dio la vuelta y frente a él apreció la hermosa mujer que buscaba. Parecía que los años no habían pasado para ella. Cualquiera que los viera juntos pensaría que eran hermanos o, tal vez, una hermosa pareja. Chess, al ver esos ojos tristes destellando el dolor de haber perdido a su hijo sintió que el rencor escondido que había cargado por tanto tiempo desaparecía por un instante.

—¿Por qué? —fueron las únicas palabras que pudo balbucear.

—Siéntate. Te lo contaré todo... —dijo ella con la voz más dulce que encontró.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now