Capítulo II - Chess Ulberg

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Su mirada atónita se repetía cada vez que veía el inmenso portón abrirse. Pretendía calcular la fuerza que debían ejercer los engranajes para mover tan monstruosa cantidad de acero. Mientras las dos hojas se separaban, apostados en distintas posiciones, un centenar de guardias vigilaban que nadie intentara ingresar.

Antes de cruzarlo, se detuvo en el puesto de vigilancia. Un custodio armado estaba sentado frente a decenas de pantallas transparentes, cada una mostrando los puestos de vigilancia de la muralla. El joven, conocedor de los pasos que debía seguir, colocó su mano en el horno láser anódico. Era pura tecnología avanzada, con cables de microfibras ópticas envolviendo el aparato. Estaba compuesto por cientos de nanosensores, decenas de láseres, y por dentro, cargado con micropartículas de cobre y plata que se adherían a la pulsera de cada usuario. Eran dispositivos únicos y costosos, y solo había siete: uno en cada acceso.

Al cabo de un segundo, su pulsera había cambiado. El brillante color plateado que lucía, ahora se había transformado en un desgastado tono cobre. Incluso conservaba las imperfecciones que traía antes de entrar. Parecía que lo hacían a propósito para recordarle a la gente a qué lado de la muralla pertenecía.

Con largos pasos, esquivó los rieles por donde se deslizaba el portón. Al mirar hacia atrás, vio la huella de su zapato sobre el polvo del piso, indicando que ya se encontraba nuevamente en Europa Exterior. De inmediato, las compuertas comenzaron a cerrarse. Lo hacían tan lentamente que incluso podría haber cruzado una piara de scrofas si se lo propusiera. Los centinelas apuntaban con sus metralletas en todo momento mientras el portón se cerraba por completo. No dudarían en dispararle a cualquiera que intentara ingresar sin llevar la pulsera plateada o, en su defecto, dorada, aunque estas últimas solo las obtenían unos pocos privilegiados.

"Clank, crank, crang". El estrepitoso ruido avisaba que los pistones habían asegurado las puertas. «Como si alguien las pudiese tirar», pensó el joven.

Era imposible romperlas. Su padre le había contado que, poco después de ser construidas, la USEE intentó derribarlas para tomar la ciudad. Intentaron con explosivos y tanques, pero ni siquiera lograron hacerles un rasguño. La muralla que rodeaba la ciudad estaba hecha de acero y hormigón, lo que la hacía impenetrable. Era tan resistente como las famosas cajas de seguridad que usaban los bancos para guardar el dinero. En realidad, era la mayor caja de seguridad que se había construido alguna vez. También intentaron ingresar mediante excavaciones, pero nunca encontraron el límite de la sólida pared. Finalmente, desesperados, lanzaron los pocos misiles que les quedaban, pero el sistema de seguridad los hizo estallar antes de que llegaran al espacio aéreo de la ciudad.

La muralla y los portones eran tan sólidos que nadie podía pasar sin ser invitado. Existían siete: tres en la exFrancia, una al norte, otra al este y otra al sur. La exItalia contaba con dos entradas. Una sola en la exAlemania y, por último, la menos utilizada, en la frontera con la exLiechtenstein. Además, había un par de canales de navegación para las embarcaciones de carga y unas vías de tren en cada portón, aunque solo una estaba en uso. Todos los accesos eran completamente impenetrables.

Los intentos de ataques cesaron cuando la Organización de Familias Unidas (OFU) llegó a un acuerdo con el gobernante de Europa Exterior, quien se hacía llamar Salvador el Grande desde entonces. La OFU era la única aseguradora dentro de las murallas y también se encargaba de regular a las cuatro familias más importantes de Ciudad Capital. Sin embargo, su regulación era "en cierto modo verdadera", ya que la mayoría de los representantes eran sobornables. Después del convenio, la USEE nunca más intentó ingresar a SIFA por la fuerza.

Todos conocían que SIFA , pero solo algunos afortunados conocían la diferencia con Europa Exterior: mucha gente trataba de ingresar buscando una mejor vida, pero era complicado cruzar las murallas, a menos que trataras con la Mano Negra: ellos sabían cómo introducir personas dentro de SIFA. Allí podían disfrutar de autos eléctricos autónomos, aeromóviles, hypertrenes y lo más sorprendente, el teletransporte. Este último funcionaba solo para la materia inanimada, pero ya estaban probándolo con animales. Aunque lograban conservar la vida, la mayoría salían con deformidades, confirmando que aún era muy pronto para utilizarlo en humanos.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now