Capítulo XV - Hans

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Ceres se había retirado hacía más de media hora, y el hombre continuaba meditabundo con la mirada clavada en esa águila tan especial que decoraba la oficina. Sus pensamientos vagaban por lugares tan fríos y oscuros como su propia conciencia. La conversación con esa mujer especial había abierto la puerta de la corteza frontal de su cerebro, extrayendo recuerdos olvidados de su juventud.

Hans conocía mil maneras de destruir a Edward, pero no se complacía con una salida rápida. Quería disfrutar de las vicisitudes de la vida, y necesitaba verlo sufrir, desmoronarlo poco a poco. Anhelaba una dulce y terrible venganza por haberle robado lo que más amaba.

Antes de convertirse en magnate, Hans había sido un joven rebelde. La muerte de su padre en un accidente laboral y una madre ausente que se vio obligada a trabajar largas jornadas para pagar la hipoteca de su vivienda, le generaron un enorme vacío emocional que afectó su crianza.

En el año capital 2075, con apenas dieciséis años, el muchacho se unió al Partido Neonazi, fundado por fanáticos que adoptaban las mismas doctrinas del Führer más de ciento treinta años atrás. El Cuarto Reich alcanzó su apogeo en el año capital 2076, liderado por el portavoz del Partido, Friedrich Schwarz, quien contaba con la colaboración de su compañero de facultad y futuro jefe de armas, Salvador, conocido en ese momento como Juan Daniel Valdés, un activista revolucionario colombiano procedente de la Gran Venecia. Ambos estudiaban Economía en la Universidad de Múnich y lograron ocupar una gran parte del nuevo parlamento con miembros de su partido. Argumentaban que la crisis alimentaria que azotaba a Alemania era culpa de la llegada masiva de inmigrantes que se instalaban cerca del agujero negro. A medida que las tensiones crecían, las revueltas estallaron en el verano de año 2077. La mitad de Alemania apoyaba al Partido Neonazi, mientras que la otra mitad recordaba las desgracias del Tercer Reich y trataba de oponerse. Los asesinatos se volvieron comunes: homosexuales, mujeres del movimiento feminista, latinos, negros y, por supuesto, judíos, eran encontrados muertos a diario en las calles. El desastre se repetía una vez más.

Hans Lovis había participado en todas las revueltas y tenía la sangre de muchos de esos desafortunados en sus manos, lo que le permitió ascender rápidamente. Su habilidad para disparar lo convertía en un miembro destacado dentro del escenario retorcido que se vivía. Cada vida que se llevaba provocaba en él una euforia que recorría sus venas. Siempre creyó que lo que hacía era lo correcto por su Patria. Su apellido comenzó a resonar entre los altos mandos, hasta que fue convocado para presentarse ante Friedrich Schwarz. Un gran nerviosismo dificultaba sus movimientos; a pocas horas del encuentro, sus manos temblorosas no le permitían ni siquiera atarse la corbata del uniforme. Aunque prefería vestir de civil, para la reunión con Schwarz todos debían llevar el uniforme impecable y una apariencia pulcra.

—Es un honor conocerlo, mi Führer —le dijo Hans con el saludo fascista, acompañado por el choque simultáneo de sus talones.

—El placer es mío —respondió Friedrich, levantándose de la silla—. Me dicen que tengo frente a mis ojos al miembro más renombrado del Partido Nacionalista Europeo.

Ha Hans se le infló el pecho con aquel comentario. Se sentía feliz por aquella reunión y deseaba tener una charla extensa con el Führer, pero este parecía ser un hombre muy ocupado y lo despachó en menos de cinco minutos. Sin embargo, Hans salió de la reunión con algo más que un reconocimiento: lo habían nombrado Sargento, o como solían llamarlo, Obersharführer Levis. Un ascenso bien merecido.

Después de un año, Alemania comenzó a levantar una muralla para aislarse de sus países vecinos. También se hablaba de anexar a sus fieles aliados: los franceses. Sin embargo, antes de que el nuevo Reich Alemán pudiera renacer por completo, surgieron problemas. Valdés adoptó una postura socialista y las traiciones empezaron a aflorar en la relación de los dos líderes. Grupos armados enviados por Valdés, en ese momento ya autodenominado "Salvador", llevaron a cabo un ataque coordinado contra grandes empresas y la burguesía de la ciudad, buscando beneficiar a la clase social más pobre.

En ese momento, Salvador se encontraba reunido con Friedrich en el despacho del gran auditorio, donde solía dar sus famosas oratorias. Cuando Valdés recibió el aviso de que su plan había tenido éxito, degolló a su amigo mientras bebía una copa de vino. Las historias cuentan que Salvador mezcló el vino con la sangre que brotaba del cuello de Schwarz. Nadie sabe con certeza si eso fue cierto, pero la leyenda ha perdurado a lo largo de los años.

Salvador pensó que el proletariado lo apoyaría, pero desafortunadamente para él, eso no sucedió. Los burgueses se reunieron y organizaron tropas financiadas con sus propios recursos. Los seguidores fanáticos del Führer Schwarz, indignados por el asesinato de su líder, se unieron a este nuevo ejército privado. Al cabo de medio año, los burgueses tenían el control de la ciudad y habían ampliado la muralla, estableciendo el nuevo Estado de SIFA, del cual Salvador ya no formaba parte. Se mantuvo oculto cerca de las murallas durante un par de años antes de lograr escapar al exterior de las mismas.

Hans, desilusionado, regresó a casa sin ningún logro, pues el Partido Nacionalista se había disuelto por completo. Su amiga Ceres (algo más que una amiga) habló con su padre para que lo ayudara. No le tomó ni diez minutos convencerlo: solo tuvo que mencionar el accidente en el que el padre de Hans había perdido la vida mientras la protegía. De esta manera, su íntimo amigo logró ingresar a la prestigiosa Ludwing-Maximilians-Universität.

Al finalizar la carrera de Ingeniería Eléctrica y gracias al apoyo financiero del adinerado padre de Ceres, Hans comenzó a construir una Torre de Tesla, a la que él llamaba Wardenclyffe Tower en honor a su inventor favorito, Nikola Tesla. Hans logró lo que su venerado ídolo no pudo hacer: romper la capa aislante de la atmósfera ionizándola e inyectándole cargas electrónicas a la zona conductora de la misma. Su invento lo catapultó a la fama y a la riqueza de la noche a la mañana.


—Finalmente llegó la hora de la venganza, Edward... —musitó Hans para sí mismo.

Se levantó sin esfuerzo del cómodo sillón donde estaba sentado como si estuviese en la flor de su juventud, dejando la marca de su trasero marcada. Desenfundó la pistola y la colocó sobre la mesa. Siempre llevaba consigo una Luger P08 de la Segunda Guerra Mundial. Sabía mantenerla en excelentes condiciones a pesar de los años y disfrutaba contemplarla por horas, analizando los pequeños desgastes en la superficie ocasionados por el paso del tiempo. Le recordaban su época en el Partido Nacionalista.

Se quedó inmóvil apreciándola por un instante. ¿Qué pensamientos oscuros estarían cruzando por su mente?

Nunca imaginó que se sorprendería por lo que estaba a punto de decir, pero lo hizo:

—No volveré a mancharme las manos. Por más dulce que sea la venganza, delegaremos este trabajo —le susurró a su pistola—. Conozco al candidato perfecto.

El neckcall se iluminó y, después de unos tonos de espera, una voz joven y firme respondió desde el otro lado.

—Necesito verte... No aquí, te enviaré un dron con el lugar y la hora... No todavía... Cuando me presentes los planos... Si haces bien este trabajo, consideraré la posibilidad de que ingreses al laboratorio... No me importa... —Hans finalizó la conversación.

La luz del neckcall se apagó de su cuello al mismo tiempo que aparecía una sonrisa maliciosa.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now