Capítulo XLI - Edward

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Con largos trancos Edward se dirigía a la oficina del ruso.

—No puede ingresar, señor Edward. ¡Señor...! —le gritó el recepcionista mientras se ponía de pie. Era un hombre alto y musculoso, pero con un rostro poco varonil. Vestía un traje tan pegado al cuerpo que se le marcaba cada curva de los músculos.

Cuando el magnate abrió la puerta vio a Alex hablando con dos personas sentadas al otro lado de su escritorio. El ruso mostraba su superioridad al sentarse en una silla que siempre lo dejaba unos centímetros por encima de los demás.

Edward se frenó en el centro de la sala con una postura erguida asegurando que no se movería de allí, seguida de una mirada tan expresiva que no le dio otra opción a Alexander que interrumpir la reunión. Con un gesto de disculpa, el ruso pidió a los invitados que abandonaran la oficina.

Desde la entrada aparecía el recepcionista con una disculpa preparada para su jefe:

—Lo siento, señor. Le dije que usted se encontraba en una reunión, pero...

—Déjalo, Marcel. Mi queridísimo amigo Neptuno siempre tiene prioridad. Acompaña a los invitados a la salida —le ordenó.

—Sí, señor —aseguró Marcel y antes de salir lanzó una mirada recelosa hacia Edward, escudriñándolo de abajo arriba.

—Pasa, tovarishch —dijo Alex mientras se prendía un puro como de costumbre.

—Iré directo al grano —Esperó que los dos hombres salieran de la sala antes de continuar—. Quiero saber...

—Me gusta eso —interrumpió—. Odio que me den tantas vueltas para pedirme algo.

Edward ignoró ese comentario. Además, el ruso estaba en lo cierto, necesitaba su ayuda.

—Primero, quiero saber quién ordenó la deportación de Sophie. Y segundo, necesito que la encuentres y me la traigas.

—¡Qué bello es el amor! —exclamó Alex y esbozó una sonrisa mientras una bocanada de humo salía de la comisura de sus labios.

Algunos dirían que se trataba de una sonrisa sardónica, otros que era una sonrisa burlona, pero Edward sabía que solo se trataba de una sonrisa desbordada de codicia.

—Tendrás los títulos que quieres —le anticipó.

Alex intentó disimular su interés por esos títulos, pero sus ojos brillosos de euforia, como cuando se colocaban las gotas de PLS, no se podían ocultar ni con la niebla más espesa.

—Juro por mi difunta madre que no tengo nada que ver en...

Edward interrumpió:

—Dejarías morir a tu propia madre para conseguir un poco más de poder.

Alexander largó una carcajada.

—¡Vaya imagen que tienes de mí! Aunque... es posible que tengas algo de razón. Esa bruja merecía que la parca la reclamara después de un sufrimiento prolongado, y no durmiendo plácidamente como sucedió. —Alex exhaló el humo de su cigarro después de toser, desterrando esos recuerdos de tiempos lejanos. Y prosiguió:

—Escúchame bien, Edward. —Alex miró hacia ambos costados simulando revisar el lugar—. La primera pregunta debería responderla Arión.

—Aún no sé dónde está Arión y no entiendo por qué él ayudaría al hijo de puta que secuestró a Sophie.

—Creo que deberás tener una profunda y prolongada charla con tu hijo —afirmó con una sonrisa punzante—. Respecto a lo segundo, cuenta conmigo. Enviaré inmediatamente un equipo de búsqueda y la traeré aquí, sea como sea.

—¡No! —bramó Edward—. No se te ocurra tocarle un solo cabello. Tráela sana y salva y tendrás todos tus títulos.

—Perfecto, camarada. Tenemos un trato. Lo único..., me gustaría un adelanto. —El ruso se alzó de la silla y se acercó a Edward lo más que pudo apoyándose sobre su escritorio—. Por lo que oí la han trasladado a la exMarruecos.

—¿ExMarruecos? ¿Por qué? ¿Quién?

—Es lo que se dice. Es todo lo que sé, camarada. —Alex volvió a sentarse y se recostó contra el respaldo—. En fin. Sabes que los "viajantes temporales" no son baratos. Ya no se encuentran buenos detectives que quieran envejecer más rápido que sus seres queridos. Además, la mayoría son viejos y su precio es excesivo. ¡Sinvergüenzas! —exclamó con sarcasmo, al mismo tiempo que estiraba el brazo reluciendo la pulsera dorada que envolvía su muñeca.

Edward negaba con un franco movimiento de cabeza cada palabra que Alexander siseaba. Era como si una serpiente moviera su bífida lengua dentro de su oído. El magante arremangó su traje vacilando en cada movimiento. ¿Se estaría arrepintiendo? Entendía que después de esto no había vuelta atrás. Estaba a punto de ceder una gran parte de su compañía, y todo por una mujer que apenas conocía. Ya había dudado en el pasado y eso le había costado caro. «No volverá a ocurrir», se persuadió a sí mismo. Su ceño fruncido y la vacilación desaparecieron en un instante. Entonces, con unos pocos movimientos sobre su pulsera, transfirió el veinticinco por ciento de sus títulos.

—La otra mitad la tendrás cuando tenga a Sophie frente a mis ojos. ¡Sana y salva! —dijo acentuando las últimas palabras.

Alex le guiñó un ojo mientras le lanzaba al mismo tiempo una sonrisa escalofriante. Edward sin decir nada más se largó del lugar. Había decidido perder todo por el amor de una mujer. No volvería a equivocarse. Entendió que su felicidad no dependería de lo material. Cuando cerró la puerta, con una mueca de aprobación, intentó convencerse de que todo estaría bien. Aunque sin éxito.

—¿Qué diablos he hecho? —se preguntó y se marchó de allí.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now