Capítulo III - Edward Neptuno

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Edward se encontraba en su oficina, solo, estático y de pie frente a un inmenso cuadro que abarcaba toda una pared. Tenía la mirada profunda y distante. Por su mente desfilaban cientos de ideas y pensamientos. Cualquier observador lo habría visto como un hombre preocupado; sin embargo, se trataba de alguien que no se dejaba abrumar por los problemas: siempre tenía claro lo que se debía hacer y jamás lograron alterar su temperamento, algo muy necesario para su posición elitista. Pertenecía a la clase de magnates que combinaba sus vestimentas con el brillante reflejo de la pulsera dorada.

—Señor Neptuno —llamó el mayordomo—. La señora Neptuno ya ha llegado. ¿Debo hacerla pasar, señor?

It's wonderful, isn't it? Se ve tan poderoso —añadió Edward, sin apartar la mirada de la pintura—. Sosteniendo su tridente, surcando los mares en su corcel blanco. Siempre me sentí así, pero ahora me están arrebatando lo que creé con tanto esfuerzo, lo único que amé. Es como si me despojaran de mi tridente.

Se dio la vuelta y su rostro afligido reflejaba lo dicho anteriormente. A pesar de su tristeza, mantenía un aura todopoderosa. Vestía un traje confeccionado por diseñadores descendientes de italianos, sastres que trabajaban exclusivamente para él, confeccionando todas sus prendas a medida. Su imagen estaba acorde al puesto de poder que ocupaba, lo cual contribuía a mantener una imponente estampa. Su rostro cuadrado, siempre bien afeitado, y una cabellera cuidadosamente peinada hacia atrás, acompañaban una contextura bien trabajada gracias a los nanofits que se inyectaba periódicamente, acompañados por los continuos masajes musculares que requería ese tratamiento.

—Ella ya no será la señora Neptuno —respondió Edward—. Hazla pasar.

Desde una hermosa e inmensa puerta de roble entró Ceres. Una mujer alta, pulcra, que irradiaba autoridad en su forma de vestir y en su caminar vanidoso. Su cara alargado y cuidadosamente maquillado ocultaba facciones que podrían parecer incómodas a simple vista, pero tenía la particularidad de que las proporciones de sus rasgos eran justas para otorgarle un toque de exotismo y belleza. Cuando la veían pasear por las calles de C.C. con sus guardaespaldas, la gente murmuraba: "¿Cómo podía una mujer con esas características estar casada con un hombre tan apuesto como el señor Neptuno?". Pero había una razón y solo Edward la conocía.

Detrás de Ceres entró el Mediador, un empleado de la OFU especialista en divorcios. Era la persona idónea para debatir, parcialmente, cualquier disputa de propiedad privada entre esposos.

La pareja, mejor dicho, expareja, se sentó a una mesa frente a frente, donde cada uno retiró sus respectivos revólveres de las fundas y las entregaron al Mediador por la culata, estableciendo la buena voluntad de las partes. Era una costumbre arcaica, un ritual antiguo que se respetaba en cada mediación. Aunque con la intervención de la OFU nadie necesitaba usar las armas, a la mayoría de los ciudadanos les gustaba llevarlas para presumir de sus diseños únicos. Luego, tomaron los lápices ópticos con los que firmarían el contrato si llegaban a un acuerdo. En el centro de la mesa había una pantalla empotrada que mostraba la información de los comparecientes y, al final, el espacio necesario para firmar.

De pie, junto a la pareja se encontraba el Mediador. Era un hombre envejecido, con el rostro marchito, vestido con un traje anticuado y una expresión serena que denotaba el cansancio acumulado por tantos años de servicio. Sacó su pantalla y preguntó si las partes estaban listas para comenzar la lectura de las cláusulas del nuevo contrato.

Ceres, de inmediato, hizo un ademán confirmando que estaba preparada. Edward, en cambio, tardó en contestar, como si no estuviese seguro, pero al cabo de unos segundos, aceptó con un leve movimiento de cabeza.

Tras recibir ambas confirmaciones, el Mediador comenzó a leer:

—De acuerdo con el contrato prenupcial firmado hace veinticinco años y siete meses, por las partes, ¨el marido¨, señor Edward Neptuno, nacido el 13 febrero de 2068, con nacionalidad exinlgesa y actual ciudadano de SIFA, y ¨la esposa¨, señora Ceres Alexa de Neptuno, nacida 7 de mayo de 2064, nacionalidad exfrancesa y actual ciudadana de SIFA. Se da por concluido el contrato debido al incumplimiento por parte del señor Edward Neptuno, al haber excedido la fecha límite (12 de enero del 2105, referida en años capitales) del artículo 97 del presente documento. La parte demandante, ¨la esposa¨ Ceres Alexa, obtendrá el control completo del edificio de Agricultura y sus procesos anexos, como dicta el siguiente...

—Sí, sí. No tengo todo el día. Estudié ese contrato el día que contraje matrimonio —dijo enfadado el demandado—. ¿Podemos firmar y terminar con esto de una vez? —preguntó al Mediador y observó a Ceres.

Ella esquivó la mirada de su esposo y asintió.

—Entonces, podemos saltar este protocolo y pasar a las firmas —afirmó el Mediador.

Edward asió el lápiz y dibujó su firma en la pantalla de la mesa. Se levantó bruscamente y el lápiz rodó, cayendo al piso. Tomó su revólver y se excusó. Cuando estaba atravesando el umbral de la puerta de su oficina sintió la voz de su actual exmujer.

—Sabes que tu hijo Arión se ha cansado de pedirte ayuda. Entiendes que con esto podrías perderlo para siempre... —¡Perfecto! ¡Mantén tú a ese rebelde! Con sus estúpidas y excéntricas ideas... ¿Sacar energía del agujero negro? ¿Acaso quiere matarnos? —Edward salió de la oficina dejando la puerta abierta, indicando que debían abandonar su edificio.

Camino a la habitación, Edward se tocó el cuello con el dedo índice y activó el intercomunicador. Una luz azul se marcó en su piel, habilitando la llamada, y pidió que le enviaran una limusina. Mientras, se dirigió al velador a un lado de su cama, abrió el cajón y tomó un frasco pequeño, lo desenroscó y con un gotero, se colocó dos gotas en la lengua y otra en cada ojo.

Inmediatamente las pupilas se le dilataron, sus energías aumentaron, los problemas se evaporaron, un impulso sexual incrementó su libido. La infelicidad menguaba y daba lugar a una persona satisfecha que se olvidaba del mundo en el que vivía. Edward era una persona que había dejado su cuerpo. Un hombre distinto... Imprudente, eufórico e invencible.

Al llegar al lobby, un hombre de traje lo acompañó hasta la limusina. Le abrieron la puerta trasera y se acomodó en la butaca. Agarró una copa de champagne que descansaba sobre el posavasos y se recostó.

—¡A la disco "LeVoyage"! —ordenó al sistema de navegación.

DOS MUNDOS - Black Hole IWhere stories live. Discover now