Summertime Sadness [2]✨

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Donde Horacio está a punto de volver a entrar en depresión por la pérdida de los pocos amigos que le quedaban, y coge unas vacaciones a Las Bahamas...

Parte 2 de 2

(Aclaro que en este au ni Gustabo, ni Conway, ni Volkov llegaron a volver a la ciudad después de la explosión. Horacio fue el único que regresó) (es decir, que OOC los primeros capítulos no existieron)

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Escuchaba el rumor de las olas algo distorsionado al tener los brazos sobre la cabeza, para que el sol no pegara tan fuerte. Volkov tenía razón, Las Bahamas era increíble. Aunque su profundo estado de tristeza y soledad seguía ahí, se aliviaba un poco cuando se recostaba sobre la arena dorada y dejaba que los rayos del sol le acariciaran la piel con la suavidad y ternura que no le proporcionaba nadie más.

Algunas veces, incluso convencía al ruso de acompañarle. Esas tardes servían de desconexión de la realidad, para olvidarse de todo lo que había pasado, y de su trabajo y vida en Los Santos. Aunque no desapareciera de sus recuerdos -los cuales le asaltaban cada noche para torturarlo e impedirle dormir- era fácil ignorarlos durante unas cuantas horas de esa manera. No hablaban, pero la presencia del otro en esa playa casi siempre vacía a excepción de ellos dos era reconfortante.

Mientras Horacio dejaba que su piel tostada se ruborizara bajo el sol, Volkov permanecía a su lado, pero resguardado por una sombrilla que impedía que su tez nívea se quemara. Ambos se permitían dirigir miradas fugaces y pudorosas al cuerpo del otro, ocultos tras los oscuros cristales de las gafas de sol. Después, un baño en las aguas relucientes como espejos era suficiente para refrescar sus cuerpos, y dejar que el agua fría calmara cualquier clase de anhelo que no pudieran dejar salir.

Esa no era una de esas tardes. Volkov había tenido que ir a comprar unas cosas, y, aunque Horacio se había ofrecido a ayudarle, el ruso se había negado. Él había pasado la tarde tomando el sol, pero ahora volvía a casa para darse una ducha rápida.

Se sentía extraño últimamente. Era como estar viviendo unas vacaciones de pareja con alguien del que había estado enamorado, pero con el que jamás había llegado a tener nada. Comían juntos, pasaban las tardes juntos y Volkov incluso le había permitido conocer una faceta de él que no había visto antes. Quizás era producto de los años que habían pasado; quizás era gracias a estar tan lejos de la gente que lo conocía y que podía juzgarle, la gente frente a la cual debía mantener su fachada; o quizás era simplemente porque se trataba de Horacio, y con él las cosas habían sido diferentes desde el principio. Con él nunca había sentido la presión asfixiante de tener que mantener su papel de comisario pasara lo que pasara, Horacio se había preocupado por sus sentimientos, le había importado él como persona y no sólo como agente.

Y esas eran las principales razones por las cuales Volkov actuaba de una manera diferente. Hablaban de manera informal, veían películas sentados en su sofá -siempre con una prudencial distancia entre sus cuerpos- e incluso le había invitado a cenar en un restaurante con una bonita terraza con vistas al océano.

Aún así, la acción que más había enternecido el adolorido corazón de Horacio había ocurrido hacía unas cuantas semanas, cuando el ruso lo había escuchado llorar. Cada noche, en parte por las pesadillas y en parte por la realidad, Horacio lloraba, incapaz de librarse a esas horas de la oscuridad y el silencio que evitaba durante el resto del día. Y, una noche en especial, el ruso escuchó sus sollozos al otro lado de la puerta. Al principio no supo qué hacer, no estaba acostumbrado a lidiar con eso, pero finalmente algo dentro de él lo obligó a llamar a la puerta. Segundos más tarde, Horacio abría con la cabeza agachada, intentando ocultar las lágrimas que eran tan obvias a los ojos del ruso.

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