We'll meet again [2]✨

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Donde Volkov y Horacio se conocen en el contexto de la Segunda Guerra Mundial.

(Basado en el reto de multimedia)

Parte 2 de 3 (iban a ser dos partes, pero me está gustando escribirlo).

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Horacio no le dice a Volkov que su herida ya está curada, de la misma manera en la que Volkov no le dice a Horacio que ya lo sabe.

Por eso, cuando le cambia las vendas y le dice que no mire, Volkov obedece. Ya sabe lo que va a ver: una herida que empieza a cerrar, y que pronto dará paso a una cicatriz más decorando su piel. Pero Horacio asegura que necesita descansar más tiempo, y Volkov quiere creerle, porque no quiere marcharse. Lleva mucho tiempo sin sentirse tan en casa, tan a salvo, y se ha acostumbrado a que su rutina sea estar diariamente con él y con Gaya.

A veces se arrepiente. Sobre todo por las noches, cuando ya no tiene a ninguno de los dos para distraerlo de sus pensamientos con sus conversaciones y juegos. Se arrepiente porque esto no va a durar demasiado, porque pronto va a tener que contactar con sus compañeros y volver a la rutina de huir de un sitio a otro, de tener miedo, de tener que apretar el gatillo contra el enemigo aunque no quiera hacerlo.

—Listo —le dice Horacio. Él observa las vendas que acaba de ponerle en el brazo. Son tan blancas que incluso hacen que su piel parezca menos pálida. Sabe que la herida no sangra ni va a hacerlo, pero no dice nada. Le da las gracias y Horacio le sonríe.

No salen del baño todavía. Volkov está sentado en un taburete para que a Horacio le sea más fácil cambiarle las vendas, y Horacio está de pie frente a él. Todavía tiene las manos sobre su brazo desnudo, y ambos saben que pronto van a tener que hablar sobre la inminente partida de Volkov, pero ninguno quiere hacerlo. Horacio le acerca la camiseta a Volkov para que se la vuelva a poner, y el ruso obedece. Después, Horacio le da la mano para ayudarle a ponerse en pie. Están muy acostumbrados al contacto físico.

No se sueltan cuando Volkov está de pie, delante de él. Mantienen los dedos entrelazados, se miran a los ojos y el oxígeno parece que se reduce dentro del baño.

Saben lo que pasa. No son tontos, y no es difícil entender lo que están sintiendo y lo que está sintiendo también el otro. Desde su primera conversación han notado la química, se ve de lejos. La complicidad, el cariño y el deseo. La manera en la que todo encaja cuando están juntos.

Aún así, Horacio le suelta la mano en cuanto Volkov se acerca un poco más, demasiado, y acaban por salir los dos del baño sin decir nada. Volkov agradece que se haya apartado. Es lo mejor.

Él es un soldado. Después de estas semanas que han pasado juntos va a tener que volver a la guerra, y, aunque ninguno de los dos quiera pensar en ello, es posible que muera. Es una posibilidad real, que está ahí, aunque no quieran valorarla. No quiere que Horacio arrastre con él ese dolor, y cree que si no lo besa va a dolerle menos. Como si el amor se midiera por besos. Como si no estuviera ya dolorosamente enamorado de él.

"En otra vida" piensa Horacio, cuando se aleja del baño. Pensar eso es lo único que lo consuela. Se dejará besar en otra vida, en la que sus prioridades no sean buscar comida para Gaya y sobrevivir. En otra vida en la que los tres puedan estar en paz. En la que los tres puedan ser una pequeña familia.

Escucha la puerta de la habitación de invitados -la que ocupa el ruso- cerrarse cuando él entra en la cocina. Gaya está sentada a la mesa, balanceando los pies y pintando un periódico viejo con unos lápices de colores, y ni siquiera se vuelve para mirarlo.

Ella apenas tenía tres años cuando Horacio comenzó a cuidarla. No tiene muchos recuerdos de su madre, y absolutamente ninguno de su padre. Horacio es toda la familia que tiene. No es su padre biológico, pero sí el que la ha cuidado, protegido y querido, el que la ha visto crecer. Se aproxima a ella y le acaricia los hombros mientras mira su dibujo.

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