Capítulo 1: La Bruja del olvido (Parte I)

84.5K 1.9K 1.2K
                                    

Ebath: Milenios antes del tiempo de Cristo.

Cuando el dolor aconseja, no todas las decisiones que se toman son las correctas, y Loreth lamentaría esa lección por siglos. Desconocía que en la cura había una condena peor que el mal propio, y en aquella noche de otoño, con la pena carcomiendo su corazón, convocó a la yeudel errante, o como los mortales la llamaban: La Bruja del Olvido.

Acompañada por la noche, la yeudel cruzó el bosque de sangre sin temor alguno. Se encontró con los gigantes de piedra, dos enormes torres calizas, que avisaban a la extranjera que estaba ante las puertas de Ebath. Una ciudadela en el límite de las tierras de Ruman, entre los ríos Tigris y Éufrates.

Estas estructuras eran los últimos vestigios del poderío de un imperio, que pronto se ahogaría en la guerra. Los sabios decían que allí, la tierra era tan bendita por la diosa, como maldita por la muerte. No se equivocaban. Labrado con la vida de tantos, se leía en un dialecto arcaico, el mensaje que daba la bienvenida a los forasteros: una advertencia y un consejo.

"Quien camina por Ebath está más cerca del origen y, a su vez, de la muerte. Cuida tus actos, tus palabras y pensamientos, pues todo lo sabe la fuente del tadum. Bienvenido sea, quien obedece a la Creadora, lleve en su corazón a Vida y respete a Ix, porque aquí hallará la paz, y quien que no, encontrará la muerte".

Aquellas palabras denotaban la profunda devoción del pueblo, esa era la razón de su gloria, del heroísmo de sus hombres y de la crueldad de sus reyes. En especial del rey Ferath, quien castigaba con la muerte al que osara insultar a la diosa de tres caras. No tenía piedad, ni siquiera para su hermano, Loreth. Siempre lo menospreció, pero en esta ocasión, había sobrepasado cualquier límite. Tal vez fuera por la presión del reino o la amenaza constante de una guerra, que hiciera de este hombre, una bestia con los suyos.

Ferath sabía que carecía del carácter e intelecto que se requerían para abanderar una victoria. Y ocultaba sus carencias tras la careta de prepotencia hacia sus inferiores, y adulaciones a sus semejantes. Cada noche oraba a la diosa de tres rostros, para que Abadón, el rey sin alma, no fijara su ambiciosa mirada sobre Ruman. Con tal de postergar la batalla, no se oponía a los tributos, ni contradecía los actos irracionales de su homogéneo. Sabía que un día serían consumidos por sus oscuras llamas, que los ríos se cubrirían de la sangre de su gente y que solo quedarían las cenizas de sus obras, pero imploraba que no ocurriera mientras él viviera. En el fondo, era un rey cobarde.

Por fortuna, aún faltaba mucho para el fatídico día. Mil lunas antes del fin de Ebath, una penumbra absoluta cubrió el reino. Las estrellas se escondieron tras los nubarrones y la Luna se ocultó detrás de las montañas. Una niebla sobrenatural descendió silenciosa, apoderándose de cada camino hasta cubrir todos los confines del lugar, como un velo que envolvía a la misteriosa mujer.

Algunos virtuosos sintieron la maldad en el aire y, temerosos, cerraron las puertas y ventanas, pretendiendo refugiarse en la calidez de sus hogares. Sin embargo, nada podía protegerlos del peligro que atisbaba en la frialdad de la noche. Una vez convocada, la yeudel errante no se marcharía hasta cumplir su encomienda. Nadie sabía con exactitud quién era. Leyendas de tragedia, traición y horror se tejían en torno a su nombre. Un ser tan poderoso que parecía irreal. Antiguos papiros relataban que era enviada por el dios maldito, Orobel; otros más, que era la hija de un ser celestial, y algunos rumores decían que solo era una mujer descorazonada.

Alguien había implorado su poder y, gustosa, accedió a su petición. No le importaba si la causa era noble o descabellada, ni siquiera le interesaba cómo sus actos trascendían en el tiempo. Lo único que ansiaba era el pago por sus servicios, que siempre iban más allá del oro. Añoraba algo intangible y muy preciado: recuerdos y emociones, el alma. Solo a través de ellos podía aliviar el veneno que la corroía, ya que, según se contaba, estaba maldita.

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora