Capítulo 26: El sacrificio de Mirthrim - Parte III

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Serpenteamos entre los pasadizos, cada vez más estrechos y oscuros, hasta que llegamos a una enorme sala. La opulencia, cubierta de raíces, aún hacía gala de un pasado glorioso. La curiosidad me alentó a inspeccionar cada mural, pero Mirthrim me instó a seguir el paso.

Con elegancia, danzaba entre los escombros con tal facilidad, que estos parecían abrirse a su paso. La historia no hacía justicia a la imponente mujer: "una belleza destructiva", "el caos", "el mal", palabras que pretendían definir lo que era. Pero, al menos para mí, ella era más. Quizás fuera, porque así como le definían los anaqueles históricos de Ragoh, así también, con tal dureza, yo sería señalada. Para mí, ella era más que sus actos violentos o el odio a la humanidad, me convencí que Mithrim era la mujer que abanderaba una venganza, sí, pero también una guerra con justa causa: liberarse del yugo de la diosa.

Ella me inspiraba miedo, pero también valor. En cada paso me repetía, que al igual que ella, yo sería capaz de enfrentar lo que viniera. Pero ¿qué era? ¿Qué debía enfrentar? Aunque tenía una noción, la realidad me parecía ajena y lejana, como una pesadilla que jamás se cumpliría, y por lo tanto, no me preocupaba más allá de no tener la aprobación de Galael. Sin duda, era tonta. Mi necedad e ingenuidad, eran elementos que me habían impulsado por caminos escabrosos; pero también mi orgullo y dignidad, me había sacado de ellos. De alguna forma, esperaba que fuese así, que todo culminará para bien, en especial, entre nosotros dos.

Mirthrim se detuvo. Levanté la antorcha y en su rostro noté cierta melancolía. Su mano se impuso a la pared frente a nosotras, y de ella emanó una luz rojiza, dando vida a las imágenes e iluminando mi ignorancia. El cuadro que se presentaba era tan atroz y vívido, que no podría describirlo con exactitud, solo sé que en un principio me llenó de miedo, luego desconcierto, y por último, aflicción. Cuántos habrían muerto en aquella guerra, cuántos más tendrían que morir en la lucha venidera.

A los pies de una mujer que lloraba, se dibujaba un paisaje de cuerpos desmembrados y destripados. Por encima suyo, algo o alguien parecía impartir justicia, o bien, muerte. Luego, en otra parte del mural, ambas figuras luchaban en un plano que no parecía ni Ragoh o el bosque. Descarnándose y mutilándose en un baile mortal, entre espadas y rayos que surgían de sus manos, boca y ojos.

—¿Eres tú ? —Me atreví a fraguar el tenso silencio. Señalé hacia la parte superior con la antorcha—. ¿Quién venció?

—Una pequeña victoria a un costo inaudito.

«¡Por las estrellas! Si una humana era capaz de esto —pensé—, qué tanto habrían hecho los tres unidos»

—Destruirla —Su mano se colocó sobre la pared y esta se fraccionó, abriendo un cuarto secreto—. Es por ello que nos dividió.

—¿Cómo?

Todo vibró a nuestro alrededor, dejando un velo de polvo. Tiró de mí hacia la densa nube, a dónde íbamos, no lo sabía; me arrastraba por ella y por la inmensa curiosidad que brotaba, ante aquél mundo que se abría a mis ojos.

—Nunca deseamos hacerlo —Afirmó mientras descendíamos. El paso lento se hizo presuroso, y en un punto, dejó de ser ella, para ser una estrella rojiza, y yo, un objeto arrastrado por su gravedad. Caímos más y más—. La idea jamás nos pareció tentativa, hasta que nos hizo odiarnos, y en mi caso, odiarla. Me atrevería a decir que mis hermanos nunca le guardaron rencor.

El aura que la envolvía iluminó el atrio. Aquello era la entrada de un palacio mayor, forjado en la piedra cavernosa. Más imponente a cualquier edificación que hubiese visto antes.

—¿Seguimos en el bosque?

—Si y no —Caminos entre columnas cubiertas de rostros gigantes de jadeíta—. Estamos debajo del bosque.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now