Capítulo 22: Los hijos de Mirthrim (Parte III)

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No dormí en lo que restó de la noche. Me mantuve ensimismada en mis pensamientos, ocasionalmente, miraba de reojo al yoruba, quien sumido en el sueño, parecía tan humano como yo, frágil, expuesto a abrazo de la muerte. El alba se levantó con extrema lentitud, la luz apenas alcanzaba a colarse entre la densa neblina, pero había algo en todo el paraje que lo hacía embriagador. Quizás fuera, porque después de estar tanto tiempo en la oscuridad, la luz me parecía más esplendorosa de lo habitual.

La mañana me cobijó en su sereno, sin voz alguna, me incitaba a moverme, y obedecí. No había ningún sonido, ni siquiera el del viento. El bosque lucía apacible, bello, reconfortante, e invitaba perderse en él.

—Ni siquiera huele a sangre —dije para mí y aspiré con profundidad—. Sólo a hierba, a tierra mojada, esto es extraño...—miré los zapatos raídos, y me deshice de ellos—. Que suave... —mis dedos se hundieron en el lodo—. No debería... —Me advertí ante el impulso que había ganado ya en mis pensamientos, pero lo hice.

Tomé la mano del ser que deambulaba entre los árboles, y motivada por su presencia, caminé, dejando detrás de mí el refugio. ¿A dónde iba? No lo sabía, pero no necesitaba hacerlo, estaba hipnotizada por la quietud del despertar, del nuevo día. Anduve a paso lento, y luego más a prisa, hasta que corría sin temor alguno, poseída por esa paz sobrenatural. Mis pies se abrían paso, surcando los obstáculos, mis pulmones se inundaban del aire puro y mi espíritu parecía suelto, sin temor ni preocupaciones. Y así corrí sin medir el tiempo, ni sentir el cansancio, con los ojos puestos en el horizonte. Hasta que un par de brazos se envolvieron a mi cuerpo, reteniéndome con brusquedad.

—¿A dónde vas, avecilla? —susurró detrás de mí Galael—. ¿Pretendes volar sin mí? Creía que los humanos eran seres de tierra, y no de aire, pero si deseas puedo soltarte.

Contemplé el camino frente a mí, cortado de tajo por el acantilado, le reconocí, era el lugar donde antes habíamos luchado contra el salvaje. El corazón se contrajo, agitado por el destino que me hubiera aguardado de no haber sido por él.

—¡No!, no le vi —Retrocedí. Él recostó su mentón sobre mi cabeza, su cabello cayó cubriéndome parte del rostro—. Sentí un deseo de correr, no podía detenerme...

—Te lo he dicho ya —interrumpió—. Ella tomará cualquier oportunidad para encaminarte a la muerte. No debes darle apertura alguna, ni un pensamiento, como ha visto dentro de ti, le será más fácil poseerte.

—¿Mirthrim? —musité—. Es difícil, yo...

—Shhhh —Su mano propició un golpe en mi frente—. ¿Qué te he dicho? ¿Eres necia o tonta? Ve ahí, disfruta del momento... —El sol comenzó asomarse entre las nubes—. En muy pocos puntos del bosque encontrarás este escenario, debes estar agradecida, es un lujo contemplar el mañana...

«Así se siente la libertad —pensé y respiré agitada—. Estas son las cosas que jamás habría visto de quedarme en Ragoh. Y este sentimiento hubiera sido sepultado bajo su yugo. Me hubiese convertido en ella, en mi madre, una mujer que añoraba caminar hasta donde el sol se ocultaba, pero que se limitaba a observarle desde una diminuta ventana, esa hubiera sido yo...»

—Es más que eso —reiteré admirada, sintiendo como el ímpetu volvía a crecer dentro de mí—. ¡Es maravilloso! —exclamé y abrí ambos brazos—.¡Es increíble! ¡Gracias!

Reí con fuerzas, inundada de una felicidad que nunca había sentido, y que seguramente, Galael no habría entendido, pues aunque era un amanecer como cualquier otro, era el primero que apreciaba en mi libertad.

Admiré los matices rojizos y azulados del amplió rio que corría a nuestros pies. Asumí que quizás poseía su origen más allá del límite del bosque, y que era el mismo que surtía de agua a Ragoh, me llegué a cuestionar que tan prolongado era, seguí el sendero hasta donde el color se extravió. Al cabo de unos minutos, todo se tornó naranja y dorado, y el bosque, volvió a cambiar, a ser otro.

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now