Capítulo 15: El favor del viento: Madaom (Parte III)

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Las hojas secas se elevaron siguiéndole el paso al viento caótico que escapaba del libro, dando forma a un torbellino que nos embulló, todo a nuestro alrededor cambiaba, como si el tiempo diera marcha atrás, muchos años atrás. La tierra lodosa se secó, las rocas se hicieron polvo y el viento cesó. A nuestros ojos un desierto sin dunas se extendió, y con él un nuevo mundo.

-¡Levántate mi amada Ebath! Que entre la piedra caliza y la tierra carmín, se cuenten mis pecados una vez más-ordenó el espadachín con tono poético-¡Que el sol reluzca sobre las lejanas dunas! ¡Y la Luna ahuyente a las bestias que habitan entre las sombras del bosque bermejo!

Loreth alzó los brazos y como si la tierra fuera sangre, tiñó todo lo que en ella creció: ¡Rojo! ¡Vibrante! ¡Poderoso! Las grandes raíces se abrieron paso en el suelo, una grieta se abrió frente a nosotros, de la que se elevaron dos gigantes marfilados que brillaban ante la luz de un sol abrumador. Su túnica se agitó con las últimas ráfagas que soplaban de todas direcciones, y hasta ese punto noté lo peculiar de su vestimenta, que aunque parecía muy antigua, estaba llena de detalles que me hacían intuir, que aquél era un hombre acaudalado. Mis nervios se crisparon una vez más, pero en esta ocasión fue de entusiasmo, mis ojos no daban crédito, a la ciudadela que se construía frente a mí, a una velocidad inmensurable.

-¡Bienvenido seas a mi hogar! -hizo un ademán con la mano, para indicarme que avancé. Le miré dubitativo. El cuerpo de Rohan había desaparecido al igual que las heridas del rubio-. Prefiero que camine conmigo en lugar de estar dentro de mí. Le suplico se aferre a su conciencia y yo haré lo posible por no absorberle. ¡Pero que canallada la mía! Me disculpo si antes le he asustado, me presento: Soy Loreth... Loreth de Ronoran, hijo de Eremeteo II y Adalisa, reyes de Ebath. Príncipe y regente de la Torre Sur o como muchos me conocieron: El Príncipe de las sombras...del Rey, pero esa es una historia para otro encuentro, me acompaña caballero. Me complaceré en presumir la belleza arquitectónica de mi ciudad, estoy seguro que no habrá, otra más esplendorosa que ésta.

-Soy Galael Deveraux -aguardé unos segundos y corregí-: no, soy sólo Galael. Ese apellido no es mío.

-Sé quien es usted. Tuve el gusto de conocerle, aunque al igual que en esta ocasión nuestro primer encuentro fue poco grato. Espero no haya rencores... -Sonrió y un atisbe de malicia se posó en sus ojos. Él era un hombre peligroso, pese a la fachada bonachona. Observé el lugar, esta vez no me tomarían por sopresa, buscaba algo para sacar ventaja. Me preguntaba hacia dónde debía correr, ya que pelear no era una opción, él era un diestro espadachín. Tragué saliva al recordar como había decapitado con sencillez al samurai-. A diferencia de aquél entonces, estoy de su lado. Tómelo, está más seguro entre sus manos -Me extendió el Madaom. No lo tomé, me quedé de pie expectante-. Me quitaría un peso de encima si lo tiene usted, en mis manos, esto es muy tentador... Confíe en mí.

-Es difícil confiar en un hombre que sin titubeó ha matado a otro -debatí. Dos segundos después lo lamenté. Loreth desenvainaba la espada y la agitaba como si cortase algo en el viento-. ¿Va a matarme? Porque no me sorprende, el día de hoy todos han querido apalearme.

Loreth sonrió y como lo había previsto, la amabilidad era mera fachada.

-¡Vaya!¡Vaya! Estamos de vuelta a las andanzas Galael, veo que muy en el fondo sigue molesto... Rohan no está muerto, pero ya que insiste le mostraré que aquí nadie puede morir, aunque para ello, tenga usted que probarlo... -Soltó el libro, el polvo se levantó al contacto de éste contra el suelo. Me agaché lo más rápido posible, tomé algo de tierra y la piedra más grande que vi-. ¡Dancemos! ¡Como hicimos hace milenios!

Arrojé el polvo a sus ojos para ganar algo de tiempo. Se cubrió el rostro y dio una vuelta con gracia, la espada se levantó por encima de mi cabeza, pero ya le había visto luchar antes, y sin pensarlo mi cuerpo reaccionó. El filo del arma estocó en la roca que había tomado y mi puño se fundió sobre su hígado. Ambos gritamos, como sí de aquello naciera la fuerza, y aunque resultase poco creíble, fue así. El espíritu se prendía al grito de guerra que emanaba de nuestros cuerpos. La roca estaba por romperse, algo en mí también. Un, dos, tres segundos después se quebró. La espada atravesó mi mano, y aquello que había estado dormido despertó. Un rugido emanó de mi pecho, tatuajes negros se acrecentaron por mi extremidad, mientras mi cuerpo liberaba un calor insoportable que me consumía, por cada poro de mi piel se liberaba un vapor. El dolor era punzante, pero no me detuvo. Aún con la espada clavada, empujé mi cuerpo contra el rubio, con tanta potencia, que éste salió impactado contra una de las torres. En esta ocasión, el rojo que cubría la pared era su sangre.

La Bruja del OlvidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora