Capítulo 8: Confrontación

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En voz de Ikamori

5 de Abril de 1940:En un paraje de los Andes.  

"Por más que se reniegue del pasado, no se puede renunciar a él, siempre estará ahí, como una sombra que marcará cada paso, o  una luz que enaltecerá el alma"

La tierra se abrió liberándome en las profundidades de un bosque, que crecía a los pies de las montañas. Mi cuerpo arenoso retomó la forma humana, mientras caminaba asemejé el lugar. Todo lucía similar, parecía estar encerrada en un laberinto boscoso y desolado, no comprendía porque la tierra me había traído hasta ese sitio, quería ir donde se encontrase el dueño del relicario, pero ahí no había nadie, creí haber errado, pero pronto lo comprendería. 

La noche se ciñó sobre mis hombros, acompañado de una ligera niebla, que alcanzaba a cubrirme hasta la cintura, era como un mar que serpenteaba entre los árboles. Apenas había caminado unos metros, cuando atisbé en la lejanía una choza, supuse que ahí se encontraba la persona que buscaba. Empero, no seguí, algo me mortificaba. Aunque era una mujer de fuertes convicciones, pocas veces me sentía de esa forma: dubitativa, y eso era malo. En mi pueblo, la incertidumbre era señal de mal augurio, nadie podía dudar; si no estabas seguro de algo, era mejor no hacerlo, sino creías en alguien cercano era señal de engaño, si dudabas de la creadora, era traición. Fui criada para no cuestionar mis creencias, ni a mis superiores; para no titubear de mi fortaleza y del destino que nuestra Diosa nos había otorgado, pero a veces ocurría, y sólo anunciaba fatalidad. Durante unos segundos las tribulaciones me mantuvieron retenida, hasta que mi voz las opacó:

—El corazón se disloca, consecuencia inmediata de los pensamientos inquietantes, que nacen del amor o el desamor...De esos sentimientos que somos incapaces de controlar —dije a la calma que me rodeaba, concluyendo que la inquietud que había en mí, se debía a mi encuentro con Zoran, porque aunque el orgullo me doliese, él era eso para mí: un sentimiento que rompía mi equilibrio, una ola que quebraba la pasividad de mi mar.

—Así es, el amor puede ser una bendición o la perdición... El amor te transforma o trastorna... —dijo una voz femenil, oculta entre los árboles y la niebla.

—¿Quién es? —pregunté a la silueta, asombrada por no haber notado antes su presencia, mas no me alarmó, el poder que emanaba apenas era una pizca comparado con el mío.

El viento sopló con una fuerza inesperada, elevando la niebla y haciéndola más densa, escuché a la mujer moverse alrededor mío. Mis pupilas se dilataron ante la escasa luz, alcancé a ver su tenue figura moviéndose de forma sobrehumana, sin embargo, yo era un yeudel, y el truco no logró asustarme. En cuanto se acercó, la sujeté del brazo, reprimió un grito.

—¡Me has visto! —exclamó impactada, como si hubiese roto algún poderoso encanto.

—He preguntado, ¿quién eres? —insistí. Me miró atónita, sin pronunciar palabra. No poseía ningún rasgo en su fisonomía que me indicase que no fuese humana, por el contrario, aunque sus facciones eran similares a las mías, no habían marcas en su cuerpo que la delatasen como yoruba, ni ese brillo peculiar en los ojos de un yeudel—. ¡Oh! Eres una virtuosa...

—¿Virtuosa? —preguntó, el viento sopló con más fuerza, revolviendo la copa de los árboles, que produjeron un sonido similar al de la lluvia. La luz de la luna se coló, permitiendo a la desconocida apreciarme mejor, instantáneamente, todo su rostro se enmarcó por el terror.

—Es el nombre que le damos a la gente como tú, con capacidades sobrehumanas —expliqué soltándola, trastabilló sin perderme de vista—. Premoniciones, percibir la energía de otras personas, sanación, esas cosas que ustedes llaman...

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now