Capítulo 20: El sacrificio por la libertad (Parte I)

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Rahog, en el letargo de la diosa.

En voz de Siri

"La oscuridad es una fuerza que pretende sumir todo en su abismo, no obstante, todos poseemos la misma capacidad para combatirla; no elegimos las circunstancias de nuestro origen, pero si que clase de persona ser. El pasado es el cimiento, el presente el instrumento, y el futuro,  lo que nosotros decidamos construir"


La historia se ha formado por relatos, por el conjunto de voces, que sin la certeza de la veracidad de sus palabras, han contado un suceso, una y otra vez, hasta dejarlo marcado en el tiempo. Así fue la mía. Existen tantas versiones de quién fui, de dónde provine, y de lo qué hice, pero al final, son rumores, y todos muy distantes de la realidad.

Si escuchas las voces que corren, entre los árboles que acobijaron mi natal Ragoh, sabrás que nací en un tiempo muy distante, en el que la humanidad renunció a su autonomía y eligió ser guiada por dioses; en el que las reglas y los roles fueron dados en base al tadum que se poseía. En un tiempo donde existían más prohibiciones, que libertades; en el que los errores del pasado, nos impusieron límites, y yo pretendí desafiarlos. En una época dónde el amor era un sinónimo de traición y castigado. En un pueblo dónde la procreación era para fines prácticos —mantener el linaje —, y sólo los más fuertes tenían permitido reproducirse; quienes osaban desobedecer pagaban con la muerte propia y la de sus descendientes. Nuestra existencia se limitó a la paz que propiciaba nuestra cárcel, una que por comodidad, llamamos paraíso, pero era el ancla para retenernos, nuestra perdición. Viví en un tiempo donde el miedo, nos despojó de nuestras alas, porque así lo quisimos.

Si prestas atención al eco del pasado, sabrás que fui hija de Saomi, quien perteneció a la veinteava generación después de los grandes padres: Arita y Eluith, de sangre pura, con la fuerza sobrehumana y el intelecto elevado. Eran los eruditos, guerreros y guías. Mi madre, la primogénita de diez hermanos, fue crecida para engendrar tantos hijos como fuese posible con el elegido, el hombre más apto. Sin embargo, de su vientre sólo afloraría una vida, la mía. Tan preciada como maldita. Poco fue el tiempo que su gracia me acompañó, pues antes del doceavo otoño, se esfumó, consumida por un mal que provenía de su corazón, una tristeza que sólo ella podía comprender.

Si te deleitas con el cantar que corre entre el agua agitada, de los dos poderosos Tigris y Éufrates, sabrás que la historia poco cuenta de mi padre, pues quienes causan deshonra no merecen un lugar en ella, y por ello, quienes se encargaron de llenarla de falacias, nunca lo mencionaron. Pero sé, por la voz de mi madre y el enorme cariño que le profería, que fue un buen hombre, al menos con ella. Su único mal fue concebir una criatura, con una mujer mayor a su linaje. De su legado, quedó el corazón de mi madre y mi existencia. Sus actos fueron una aberración a los ojos de los espectadores, y para ellos, una prueba de la pureza del amor, una emoción que en aquél tiempo, era considerada la falacia más grande, un sentimiento perverso, que escondía en sensaciones gratas, una oscuridad mayor a la noche, pues quienes amaban tendían a la traición, tal como había pasado con Eluith,  Arita y Mirthrim, y en consecuencia a la destrucción.

Si escuchas la voz del viento, ésa que se acrecienta en el otoño, sabrás que nací con el marchitar de las hojas, previo al invierno; y que el día en que mis ojos se abrieron, condené a mis progenitores al sufrimiento: Iritam, mi padre, tras escuchar mi llanto, supo que la vida se había acabado, no sin antes dejarle en el corazón, la alegría más grande que él podía poseer: una hija. Pese al temor, cuando tuvo la oportunidad de renegarme, no lo hizo, con la fiereza de una bestia reclamó como suya a mi madre y a mí. Pero, ¿qué podía hacer un hombre sin poder, en una sociedad donde el fuerte era el único capaz de exigir?

La Bruja del OlvidoWhere stories live. Discover now